M Train, de Patti Smith


Éste es uno de los libros más especiales de cuantos he leído en lo que va de año. Una delicatesen, superior incluso a Éramos unos niños (las memorias de la autora), y que confirma a Patti Smith como una escritora fuera de serie, que ha aprendido mucho leyendo, viajando y observando.

M Train agrupa varios géneros en sí mismo: el diario, las memorias, el ensayo e incluso el libro de viajes. En apariencia es la historia de una mujer que contempla las huellas de otros escritores y artistas y da fe de sus lecturas, pero en el fondo es la historia de una mujer madura, de vuelta de todo, que a pesar del éxito y de su celebridad, se encuentra muy sola: perdió a su marido, perdió a su hermano, perdió a Robert Mapplethorpe… Todas esas cicatrices no han acabado de cerrarse y por eso los cita a menudo.

Cada capítulo suele comenzar con ella deambulando por ahí, ya sea en un viaje por el mundo para dar una conferencia o acercándose a su café favorito para desayunar, leer y tomar notas, dentro de su rutina habitual. Patti Smith observa lo que hay a su alrededor y luego pasa a otras historias: recuerdos suyos, episodios de su memoria, o anécdotas relacionadas con sus periplos y su obsesión por los objetos que pertenecieron a los escritores o los lugares donde vivieron o las tumbas donde están enterrados. Todo ello lo va aderezando con magníficas fotografías en blanco y negro: ahí están la tumba de Jean Genet, su encuentro con Paul Bowles, las muletas de Frida Kahlo, la casa que se compró a pie de playa para restaurarla y acondicionarla, el bastón de Virginia Woolf, la lápida de Sylvia Plath, el rincón de la cafetería donde se sienta cada mañana…

Patti Smith va tejiendo esos materiales (diario, huellas de otros autores, lecturas habituales, conversaciones y trayectos) en cada página y, por si fuera poco, cita de continuo a otros escritores, a otros poetas, y así vamos anotando aquellos que no conocíamos o que no hemos leído. Patti Smith posee una belleza interior tan enorme que te vas enamorando de ella a medida que avanzas en la lectura. Es alguien que sabe mucho y que anota cada detalle y cada reflexión con una inteligencia y una sensibilidad que la equiparan a las grandes escritoras. Podría pasarme horas hablando de este libro y de lo maravilloso que es. Id corriendo a comprarlo, me lo agradeceréis. Unos extractos:

En el aseo del 'Ino había capullos de rosas rojas en un pequeño jarrón. Colgué el abrigo en el respaldo de la silla vacía que tenía delante, y pasé casi toda la hora siguiente tomando café y llenando páginas de mi cuaderno con dibujos de animales unicelulares y de varias especies de plancton. Era extrañamente reconfortante, pues recordaba haber copiado cosas parecidas de un pesado libro que había en un estante encima del escritorio de mi padre. Él tenía toda clase de libros rescatados de cubos de basura y de casas desiertas, libros que compraba por unos peniques en los mercadillos de las iglesias. El abanico de temas, que iban de los ovnis a Platón pasando por las planarias, reflejaba su mente siempre curiosa. Yo me pasaba horas mirando ávidamente ese libro, contemplando el misterioso mundo que encerraba. El denso texto era imposible de penetrar, pero las representaciones monocromáticas de los organismos vivos evocaban multitud de colores, como pequeños peces destellantes en un estanque fosforescente. Ese libro enigmático y anodino, repleto de paramecios, algas y amebas, flota vivo en mi memoria. Como todo aquello que desaparece con el tiempo y que nos descubrimos anhelando volver a ver. Lo buscamos en primeros planos del mismo modo que buscamos nuestras manos en los sueños.

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Con el tiempo a menudo nos compenetramos con aquello que no supimos comprender.

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Queremos cosas que no podemos tener. Intentamos recuperar cierto momento, cierto sonido, cierta sensación. Yo quiero oír la voz de mi madre. Quiero ver a mis hijos cuando eran niños. Manos pequeñas, pies ligeros. Todo cambia. El hijo crece, el padre muere, la hija es más alta que yo, llorando por una pesadilla. Por favor, quedaos para siempre, les digo a las cosas que conozco. No os vayáis. No crezcáis.

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¿Nos llora lo que perdemos? ¿Sueñan con Roy Batty las ovejas mecánicas? ¿Recordará mi abrigo negro, plagado de agujeros, las intensas horas de camaradería que compartimos? Dormidos en autobuses de Viena a Praga, en las noches de ópera, en los paseos por la playa, en la tumba de Swinburne en la isla de Wight, en las arcadas de París, en las cuevas de Luray, en los cafés de Buenos Aires. La experiencia humana entretejida en sus hilos. ¿Cuántos poemas salían de sus mangas deshilachadas? Aparté la mirada solo un instante, atraída por otro abrigo que abrigaba más y era más suave, pero a ese no lo quería. ¿Por qué perdemos las cosas que amamos y las que nos son indiferentes se aferran a nosotros y darán la medida de lo que valemos cuando ya no estemos aquí?

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Lo que he perdido y no puedo encontrar, lo recuerdo. Lo que no puedo ver, intento evocarlo. Funciono a base de impulsos concatenados que rayan la iluminación.

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Creo en la vida, que algún día todos perderemos. Cuando somos jóvenes creemos que eso no va con nosotros, que somos diferentes. De niña pensaba que nunca crecería, que podía conseguirlo a base de fuerza de voluntad. No hace mucho comprendí que, envuelta inconscientemente en la verdad de mi cronología, había cruzado una línea. ¿Cómo hemos envejecido tanto?, les pregunto a mis articulaciones, a mi pelo del color del hierro. Ahora soy mayor que el amor de mi vida, que mis amigos muertos. Tal vez viva tanto que la Biblioteca Pública de Nueva York se vea obligada a entregarme el bastón de Virginia Woolf. Podría cuidarlo por ella, junto con las piedras de sus bolsillos. Pero también seguiría viviendo, negándome a entregar mi pluma.



[Lumen. Traducción de Aurora Echevarría]

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