En este abismo cabemos todos

¿Conocen las estadísticas de las obras literarias que se han perdido a lo largo de la historia? Sobre lo conservado de fragmentos de obras, se puede establecer una relación entre lo que conocemos y lo que se ha perdido de uno a cuarenta. La relación se vuelve mucho más desfavorable si se incluyen en el cálculo obras desaparecidas de las que no ha quedado ninguna huella. Me recorre un escalofrío. De los primeros quinientos años de la historiografía griega solo se han conservado completos Heródoto, Tucídides y Jenofonte y un tercio de Polibio. A esto le podemos añadir las traducciones malas, o traducciones sobre traducciones, o traducciones “creativas“ o conjeturales que añaden más deslices sobre interpretaciones ya erróneas.  También podemos sumar la confusión en la organización de los rollos, las copias desordenadas de los textos, las mutilaciones de varia condición, la reagrupación fallida en códices… Edward Gibbon en su famosa “Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano” nos da una explicación convincente “…destrozos debido al correr de los siglos, los defectos de la ignorancia y la calamidad de la guerra“. Y luego nos intenta consolar alegando que no nos preocupemos, que los autores que han quedado sometieron a análisis y estudio a todos los dramaturgos, oradores y filósofos que les precedieron, y que en cierta manera poseemos todo lo que se ha perdido a través de ellos, “no tenemos motivo para creer razonablemente que alguna verdad importante, o algún útil descubrimiento en el arte o en la naturaleza hayan sido sustraídos a nuestra curiosidad“. Pero magro consuelo es ese, pues su optimismo da por hecho que todo lo perdido se puede infravalorar. De la magnitud del desastre da buena cuenta el filólogo italiano Luciano Canfora en su ensayo “El copista como autor”. En este libro podemos atisbar la cadena ininterrumpida de destrucciones y reconstrucciones que se interponen entre el “Arquetipo”, el original de un texto, hasta cualquier edición de bolsillo que podemos comprar actualmente. Ahora las dudas me asedian: ¿Cuándo compro un libro de Diodoro de Sicilia, estoy leyendo a Diodoro o a una multitud de desconocidos apiñados como en el camarote de los Hermanos Marx?

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