La Madonna










La Madonna 

Tras varios años buscándose la vida alejada del restaurante familiar, Carmen, regresa con los suyos y, ellos, le ofrecen un trabajo como limpiadora del famoso establecimiento que regentan; ubicado junto al Hotel Catalonia de la Gran Avenida de Madrid. Todos los días, atraviesa la Calle Montera: el lumpen de la prostitución más cañí de la city.

A medida que la economía se zambulle en la crisis del ladrillo, el restaurante familiar va de capa caída. Sin embargo, Carmen sigue limpiando sus wáteres con lejía y salfumant. Para no deprimirse, acude a un gimnasio cercano; ha hecho amistad con Alex –dueño de un Outlet de moda pronta—, y con Erika –una prostituta bonachona.

Un día, Erika le invita a que cambie de oficio:

–Yo de pilinguis no me como ni un rosco, con lo corta que soy. ¡Madre mía! –dice Carmen más roja que un fresón maduro.
–A ver, ¿algo que objetar? –sugiere Erika con cara de póker.
–Erika no he querido ofenderte. Sé que eres una buena persona. Pero no me veo toma y dale con uno y otro… –Carmen mueve las caderas hacia delante y atrás, en un ademán gracioso. Los tres sonríen.
–Querida Carmen, ¿no prefieres chupar una polla que limpiar los inodoros del Dehesa? Que para más inri pertenecen a tu familia. Y, ciertamente, te tratan como a una mierda. Lo siento, algún día tenía que soltarlo.
–Me dejas petrificada.
–Recapacita... Podías ganar 30€ por un francés.
–¿Ehhhh…? –Carmen se queda boquiabierta.
–Sí cielito, por un completo saco de 50 a 100€. No hago cosas raras y siempre utilizo preservativo. Además, la menda no tiene chulo. Ya sabes que comparto pisito con cuatro amigas del oficio. Podrías vivir con nosotras...
–Nena, yo de ti no me lo pensaría –asevera Alex. 
–Estáis de coña ¿verdad? –suelta Carmen con los brazos en jarras.
–¡No…! –corean al unísono sus amigos.
–A ver, cariño ¿cuánto cobras trabajando para tu generosa familia?
–¡Una porquería! –contesta ella, bajando la cabeza.
–Pues, ¡tú misma! –le dice Alex poniendo morritos.

–Bueno… Creo que necesito un respiro. Me voy a casa –dice Carmen un poco avergonzada.
En su micro apartamento, llora a moco tendido. ¿Por qué me maltratan mis hermanas? Se pregunta una y otra vez. Al final, el sueño vence a la carne y, Carmen, se entrega a Morfeo. Las lágrimas dan paso a una fantasía erótica en la que baila delante de un hombre fuerte y de piel tostada. El macho la mima con dulzura, la mece entre sus hercúleos brazos. La hace suya. La joven se despierta húmeda como una Lolita efervescente. Acaricia su braguita e introduce los dedos en ese santuario olvidado que la recibe acuoso. Ese mismo día, deja a su familia y se marcha con Erika. Alex la nutre de un buen fondo de armario: moderno y provocativo sin caer en la chabacanería.

Una semana después, Carmen recibe a su primer cliente: un mandinga que trabaja en la obra, aseado y complaciente. Conocido en el barrio por sus buenas formas. Al principio, se le hace extraño tener que desvestirse con movimientos sexis, pero siempre ha sido buena bailarina. Amén de tener un sexapil innato en todas y cada una de sus curvas.

La experiencia es más que gratificante… El servicio es un completo; inicialmente, sólo hay caricias. Al final, surge una pasión desbordada entre ambos cuerpos, sudorosos y extasiados. Su vulva es una esponja rosada de pétalos hambrientos que se abren ante el enorme falo de esa escultura de ébano que la penetra con la devoción de párvulo amando a su diosa. Carmen recorre con sus uñas de porcelana la hermosa piel del nigeriano, aterciopelada, brillante. De cuerpo firme y ojos negros rodeados de frondosas pestañas. El chico es tan servicial que, tras eyacular, arrastra sus labios rojos y prominentes, hasta sus ingles. Saborea la lubricidad de Carmen que gime de placer y tiene un orgasmo múltiple.

–Moroni siempre vendrá a ti. Eres una Madonna –le dice el joven.
–Te esperaré con los brazos abiertos –contesta ella pasando la lengua por la carnosidad de su boca.

Meses más tarde, Carmen se ha convertido en la reina de la calle Montera y alrededores. Todos la conocen por el sobrenombre de La Madonna. Así la llaman los afroeuropeos que hacen cola en su puerta y la idolatran como a una deidad encarnada. Nunca ha estado tan hermosa. Cambiar el friegasuelos y las caras largas de sus parientes, por pieles oscuras que la veneran, le ha sentado de maravilla. Al fin y al cabo, no hay mejor tratamiento de belleza que un buen instrumento entre las piernas.


©Anna Genovés
14/06/2012
Modificado el 21/03/2015
Todos los derechos reservados a su autora
Propiedad Intelectual V-490-14
Imagen tomada de Google

P.D. Dedicado a todos los lectores que pasan por estas tierras. Gracias.

Nota* Este relato estaba publicado con anterioridad y sin customizar, en este blog. Cuando recogí los cuentos que incluyen el apartado erótico del libro que publiqué a finales de 2014 La caja pública | relatos, lo deseché porque necesitaba una buena limpieza –me refiero a unas 1000 palabras que he eliminado—, amén de algo más de pimienta. Y, ¡he aquí el resultado! Divertido, fresco y bien aderezado. Como anoche cuando lo publicité, tuvo mucha aceptación, lo he pasado ha primera plana. ¡Salud! Y, ¡feliz primavera!

 Nina Simone "Four Women" / Subtitulada





                        

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