Estar lejos


El primero de mis abuelos que murió lo hizo cuando yo tenía 4 años y casi sin avisar. Sólo tengo un recuerdo en el que yo entro corriendo en la casa del pueblo y desenfundo una espada imaginaria y él se rinde inmediatamente. Los otros tres, afortunadamente, vivieron hasta que yo ya era mayor. La muerte del segundo me pilló de dependiente en la caseta de Cuadernos del Vigía en la Feria del Libro de Granada. Tuve que coger un Alsa y hacer un viaje mortal hasta Madrid. Mi abuelo estaba muy enfermo desde hacía tiempo y llegué justo para el entierro, lloré un poco tras mis gafas de sol, fue el único por el que lloré en un entierro. Fue maestro de escuela durante cincuenta años, siempre me ayudó con los deberes, me enseñó a hacer quebrados. Haber visto como el Alzheimer se comía su cerebro fue de las cosas más difíciles de soportar. Cuando murió mi primera abuela estaba en Praga, también estaba enferma, desde antes que mi anterior abuelo, más de diez años de enfermedad. Recibí un whatsapp de mi madre explicándome todo. Sentí cierto alivio aunque los vuelos con un muerto en el alma no se los recomiendo a nadie. Cuando llegué al velatorio su rostro me confirmó el alivio, estaba tranquila, sonreía, después de que su cara estuviese retorcida por la enfermedad desde hacía mucho tiempo. Murió un Viernes Santo, como Jesús, y yo quise ver un símbolo hermoso para alguien que creía sin miedo y que lo único que podía murmurar en sus últimos meses eran sus oraciones. Mi prima estaba aún más lejos que yo y llegó un día más tarde, cuando cruzó la puerta se echó a llorar. Creo que lloraba más por no haber estado cerca que por la muerte, esa fue la sensación que me dio. Con mi última abuela fue con la que más sufrí, porque no estaba enferma y solía pasar por su casa cada semana y era gallega de retranca, tenía mala leche e ironía, características mías que le debo a ella y que se convierten en signo familiar. Cuando regresé a Praga para vivir sentí que esta vez debía despedirme, ella estaba bien pero uno sabe las cosas que no sabe, y puse más amor, le di más besos, la abracé más, le dije que la quería. Una semana más tarde me llegaba otro whastapp de mi padre diciendo lo indecible. Devolví la llamada inmediatamente y lloré mientras él intentaba consolarme. Y de nuevo los aeropuertos inesperados que nunca te reciben bien, y los aviones y esa sensación de resaca lúcida que te acompaña en estos viajes. Y de nuevo estar lejos que no es no estar pero también duele. Todavía, cuando paso por delante de su portal, amago hacia su casa para ir a verla y tardo unos segundos en darme cuenta que no.

Todo esto lo escribo por el último libro de Sara Herrera Peralta, Documentum. Donde hay miedo, sufrimiento, tristeza pero también alegría y esperanza. Donde se habla de estar lejos. Donde se disecciona el presente con un bisturí de honestidad.

París – Orly Sud

Me miraba en el espejo
y sólo veía silencio.
Fuera llovía y la ciudad
gritaba como loca.

Sentí miedo y la muerte
se me apareció en un teléfono móvil.

Cuando me dieron la noticia
París era la más horrible de todas,
la traicionera,
y me descubrí
veneno en las muñecas.

El día de su muerte
llegué tarde,
vi pasar mi infancia en un segundo,
como dicen que los muertos
ven antes un balance.

Tuve frío y tuve miedo,
maldije los aviones,
me pedí perdón a mí misma,
como cuando niña
me juraba no dar más gritos
por las noches
si volvían a aparecérseme
los monstruos.

Uno de los días más tristes de mi vida
fue un domingo.
Fuera se helaban las calles y los transeúntes
y también yo deseé que aquel diciembre
no hubiese existido nunca.

Después, al verle,
no era en realidad mi abuelo,
era el dolor de los demás,
el llanto de unos hijos,
mi rabia más profunda.

El día de su muerte,
por no volvernos locos,
emprendimos un viaje,
el viaje más largo de mi vida.
Se nos iban helando el corazón
y los dedos,
fingíamos ser amables.

La vida se acaba en alguna parte,
me dijiste,
mis ojos entendieron el consuelo
y hoy rechazo la tristeza aunque se empeñe
en perseguirme algunas noches,

pero el día de su muerte
el mundo se olvidó de nosotros:
mi corazón lo sabe.

de Sara Herrera Peralta, Documentum, Torremozas, 2014

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