Aforismos. Extraídos de la correspondencia, de Voltaire


Imagino que espigar todos estos aforismos y estas sentencias de entre las cartas de Voltaire habrá supuesto algo así como un trabajo de Hércules. Pero ha merecido la pena. Están escritos en el siglo XVIII, pero parece que fueron escritos ayer mismo: ésa es la actualidad de lo que escribieron genios como Voltaire. Ya hable de literatura, de monarquía, de amistad o de suicidio, la mayoría de sus frases son para enmarcar. No hay mucho más que decir porque un libro de aforismos es un compendio de oraciones, de dichos y de máximas. Basta con leer unos cuantos para cerciorarse de su talento y de su sarcasmo:

Hace cuarenta años y más que ejerzo el desdichado oficio de literato y hace cuarenta años que ando agobiado de enemigos.

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Podría hacer una biblioteca con los insultos que me han espetado y las calumnias que me han prodigado. […]

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Fundad una corporación. Una corporación siempre es respetable. Sublevaos y seréis los amos. Sé muy bien que ni Cicerón ni Locke se vieron sometidos a la obligación de presentar sus obras a los empleados de aduanas del pensamiento, indignos de leeros, pero no me acostumbro a ver cómo los necios aplastan a los sabios.

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Lo único que importa en este mundo infeliz es comernos el pan que nos toque a la sombra de nuestra propia higuera.
Todo lo demás es o necedad o empeño encarnizado.

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Conozco a mi público: el entusiasmo pasa, sólo la amistad permanece. Hoy aplauden, mañana se desilusionan, pasado mañana lapidan.

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La vida de un literato es un combate perpetuo y morimos con las armas en la mano.

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El final de la vida es triste. El principio no cuenta. Y lo que hay entre medias es casi siempre una tormenta.

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Debemos respetarnos lo suficiente como para no disgustarnos jamás abiertamente con los propios amigos y tener la suficiente prudencia como para no poner al alcance de aquellos a quienes hemos hecho un favor el que puedan perjudicarnos.

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Cuando se escribe la Historia, hay que decir la verdad y no tenerles miedo a quienes creen tener interés en oprimirla.

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Si la naturaleza no nos hubiera hecho un tanto frívolos, seríamos muy desdichados. Precisamente por que son frívolas, la mayoría de las personas no acaban ahorcándose.

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Hay que tener siempre el vientre despejado para que lo esté la cabeza. Nuestra alma inmortal necesita del retrete para pensar bien.

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No hay que proclamar el triunfo hasta que no sea completa la victoria: los perros que ladran podrían morder aún.

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Los literatos deberían ser todos hermanos; y la mayoría no son sino Caínes.

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A los muertos poco les importa la calumnia, pero a los vivos puede matarlos.


[Hermida Editores. Traducción de María Teresa Gallego y Amaya García]

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