Madrid no necesita torre Eiffel

Siempre digo que tengo doble nacionalidad, soy asturiano y además “gato”. Llevo viviendo trece años ya -cómo pasa el tiempo- en la antigua metrópoli, y no siento ninguna contradicción en este sentimiento. Me cuentan que en la escena matritense la caída de turistas se coloca en el 6,7%, y los precios se han desmoronado. Unos dicen que es la pésima planificación de la alcaldesa y el presidente de la comunidad -a juzgar por la mierda que hubo en las calles, no andan desencaminados-, otros que necesitamos un consorcio que revierta la situación, y los más que Madrid no tiene mitos ni símbolos que guíen las huellas del viajero. Lo anterior se puede discutir, pero en lo último disiento. A lo mejor es que vendemos mal la gloria de la ciudad, puede ser, y si a eso se le suma la deficiente conectividad aérea... Aquí no hay Empires o Puertas de Brandemburgo, a cambio, y sin contar El Prado o los lugares más icónicos, les puedo hacer una legítima defensa de la capital. Madrid no desmerece a Roma o Lisboa, porque también tiene siete colinas; monasterios como La Encarnación o las Descalzas Reales no envidian los tesoros toscanos; asimismo, lugares como el mercado de San Antón nos proveen con una excelente oferta de viandas y bebercio. Es obvio que no disponemos de una plaza de la Concordia donde montar las morbosas guillotinas que rubriquen la libertad con un poco de sangre, pero en la plaza de la Cebada se erigió el patíbulo donde se ahorcó a Rafael del Riego, que también vale una misa. En el Casón del Buen Retiro podrán leer que todo lo que no es tradición es plagio; el Palacio de Cristal pueden golear cómodamente a cualquier castillo bávaro, y cerca se planta el Ahuehuete, un ciprés que lleva ahí 350 años, y que se salvó porque los franceses apoyaron en él una pieza de artillería. Lope de Vega, Cervantes y Saavedra Fajardo recorrieron el Barrio de las Letras entre vinos y tinta; en San Antonio de la Florida hay un Goya que no es habitual, y los Borbones que hemos tenido disfrutaban del mismo atardecer en las Vistillas que el populacho. Hubo pozos llenos de nieve en la glorieta de Bilbao, y la estatua de Eloy Gonzalo sigue recordándonos la que se puede armar con una lata de petróleo, todo en el Lavapiés profundo. Etcétera, etcétera. Señores, vayan a Madrid, y que Dios se la depare buena. 






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