Cartas a mi hija, de F. Scott Fitzgerald


Las claves de este libro ya nos las proporciona Scottie Lanahan, la hija de Fitzgerald, en el prólogo del mismo: En mi próxima reencarnación es posible que no me apetezca volver a ser la hija de un Escritor Famoso. El trabajo incluye un buen sueldo y también algunos extras, pero las condiciones laborales resultan demasiado peligrosas. Y, más adelante, dice: En el fondo, los buenos escritores son sabuesos empeñados en revelar la condición escandalosa del alma humana.

Son, como digo, algunas de las claves de estas cartas: los textos de un hombre grandioso en su faceta de escritor, pero a veces terrible en su condición de padre, lo que significa que en ocasiones puede ser severo, levemente cruel e incluso algo dictador. En absoluto supone esto que fuera un tirano, pero, como admite su hija, era “un padre difícil”, condicionado por la enfermedad de Zelda, por los problemas económicos del matrimonio y por las dificultades propias de quien, habiendo estado en la cumbre, cae.

En estas cartas, no obstante, también se nota el cariño, se percibe el amor paterno, se comprueba que Scott estaba siempre preocupado por cualquier gesto o acción de su hija. Los tramos más interesantes son aquellos en los que él habla de su experiencia literaria y procura adoctrinarla. Os dejo con algunos:

No te desanimes ni un poco por que tu cuento no esté perfecto. Tampoco te voy a animar, porque si quieres codearte con los mejores, al final tendrás que buscarte tus propios obstáculos que saltar y aprender de la experiencia. Nadie se ha hecho escritor por el simple deseo de serlo. Si tienes algo que contar, algo que sientas que nadie ha contado antes, tienes que poder sentirlo con tal desesperación que al final encontrarás una manera de contarlo que nadie haya utilizado antes, y así tanto lo que tienes que contar como el modo en que vayas a hacerlo se fusionarán como una sola materia, tan indisolublemente como si hubieran sido concebidos juntos.

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Ocurre que a veces nos sentimos tan rematadamente seguros… siempre que en el banco nos quede algo para comprar la próxima comida y dispongamos de suficientes reservas morales para superar el próximo calvario. El peligro, para nosotros, consiste en imaginar que disponemos de recursos –materiales y morales– que en realidad no tenemos. Entre otras razones, me hundo tan a menudo en los valles de la depresión porque cada ciertos años tengo que subir por un camino escarpado para recuperarme de una bancarrota. ¿Sabes eactamente lo que quiere decir bancarrota? Significa servirse de unos recursos que no son propios. Pensaba que era tan fuerte que nunca enfermaría y, de repente, estuve tres años enfermo, enfrentado a un largo y lento camino cuesta arriba.

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En fin, vuelvo a estar vivo; superar aquel mes de octubre sirvió de algo, pese a todas las tensiones, penurias, humillaciones y luchas. No bebo. No soy un gran hombre, pero a veces pienso que la calidad impersonal y objetiva de mi talento y los sacrificios y los destrozos que me exige para preservar su valor esencial, encierran una especie de grandeza épica. En fin, de madrugada me consuelo con delirios de esta clase.

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Los mejores cuentos son los que se escriben de una o tres sentadas, dependiendo de la extensión. El cuento de tres sentadas hay que escribirlo en tres días sucesivos y luego dedicar un día o dos a revisarlo antes de soltarlo. Esto sería lo ideal, naturalmente. En muchos cuentos te encuentras con un obstáculo que hay que derribar a machetazos, pero, en general, las historias que hay que llevar a rastras o que son terriblemente difíciles (me refiero a aquella dificultad que se debe a una mala concepción y, por ende, a una construcción defectuosa) nunca fluyen igual de bien en la lectura. 


[Alpha Decay. Traducción de Albert Fuentes]

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