Vitu y «El gran teatro del mundo»

La objetividad no es lo mío. Mis odios son viscerales y mis filias descansan sobre una fidelidad a prueba de bombas. A los primeros sólo los dejo sueltos en privado; ¿Qué necesidad hay de provocar dolor? Me conformo con destrozar novelas en las comidas y en las copas gratuitas de los saraos literarios de Madrid. Pero con las pasiones es distinto, porque merece la pena compartirlas, siempre que sean mínimamente comprensibles. Eso sí, intento no perder la perspectiva y me repito que un exceso de subjetividad tampoco es bueno: “Si el sabio no aplaude, malo; si el necio aplaude, peor”. En este refrán, como en muchas otras facetas de mi vida cotidiana, yo sería el necio.

Expuestos los antecedentes, trasladémonos a la tarde de ayer y detengámonos unos segundos en la figura de mi amigo Vituperio, al que también llamamos “Pozo de sabiduría” o “Epítome de sapiencia”, dada su cultura vastísima e inabarcable. Una vez, Jorge le preguntó a Vitu si ese fin de semana iría a ver el partido de Rugby a su bar de cabecera; y Vitu respondió: “probablemente vaya”.

Y no fue.

Cuando Jorge ya llevaba un buen rato esperando, llamó a Vitu por teléfono y este, desde su casa, le recordó que en su respuesta había especificado que iría “probablemente”, así que no tenía nada que reprocharle. Jorge no se podía enfadar porque, aunque no recordaba que Vituperio hubiera utilizado el adverbio en su conversación, le resultaba inconcebible que no estuviera diciendo la verdad. Vitu nunca miente y espero que esta anécdota sirva para ilustrar la exactitud que, en general, preside su existencia; por eso le propuse a él que me acompañara a ver “El gran teatro del mundo”, versión Carlos Saura, hasta el 5 de mayo en las naves del Matadero: por ser un asiduo espectador de teatro y por su ecuanimidad a la hora de emitir cualquier tipo de juicio. Si la obra no le gustaba, no me iba a engañar.

Por mi parte, me tiene ganada el cine de Almodóvar; la literatura sucia y transparente a la vez de los americanos vivos; la de los rusos muertos; el vermú en la terraza de Raquel; las tardes en las que voy a correr con mi hermana; lo último de Soderbergh; la labor de algunas editoriales pequeñas; la visita periódica a las Bodegas Alfaro con Silvi; y el trabajo de José Luis García-Pérez, que llegó hasta este blog por casualidad, con el papel de una estrella invitada, y terminó quedándose.

José Luis es Calderón en “El gran teatro del mundo” que reinterpreta Saura; y lo hace muy bien, como el resto de los actores del elenco (todos en la foto), sobre los que se imponen las interpretaciones de Ruth Gabriel, Antonio Gil y un sobresaliente Manuel Morón.

La propuesta de Saura encierra su mayor atractivo allí donde reside su error: que nadie espere ver la puesta en escena de un clásico. Se decepcionará. Esto es otra cosa: es acercarse a un escenario desde el punto de vista de un narrador de cine; es darle la vuelta a un texto tradicional y diseccionarlo, algo así como ponerse un suéter del revés o mirar en el interior de una bolsa de papel. Es teatro dentro del teatro y, otra vez, dentro del teatro.

Vituperio aplaudió mucho; Vargas Llosa, que estaba sentado justo detrás de nosotros, también.

Al guionista Javier Olivares no le gustó el diseño del cartel y yo, partiendo de los afectos que inhabilitan mi opinión, me olvidé durante una hora y cuarto de la ciudad que seguía fuera, de nuevo camuflada entre la lluvia, sufriendo la misma primavera que yo sufro, idéntica a la que perturbó a Calderón y perturba a Saura.

Ya en el metro, le dije a Vitu que ahora quiero ir más al teatro; y él, que me conoce, me miró con cara de caso perdido y me dijo: "Iremos todos los días".

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