Cartas de amor, de Dylan Thomas


Y éste es el segundo título de Editorial Siberia, con prólogo y traducción de Andrés Barba.
De un hombre del calibre de Dylan Thomas todo suele resultar interesante: por eso llama mucho la atención la correspondencia con su mujer y sus amantes y sus ligues ocasionales. En estas cartas no sólo ensalza a sus destinatarias (algo que se le daba muy bien, merced a su condición de poeta), también tiene espacio para meter el dedo en algunas llagas:

Hubo un tiempo en que sólo se llamaba poeta a los poetas, pero hoy en día se le llama poeta a cualquier persona que se atreve, con un conocimiento insuficiente de la lengua inglesa y una cursilería propia de Marie Corelli, a esparcir dos o tres imágenes “brillantes” en forma de verso. Ni siquiera tienen la decencia de ocultar sus excrementos en un lugar privado, sino que buscan un “rincón” público para mostrarlos.

O para contarle algunos detalles de su situación a su mujer, Caitlin, sin olvidar a la familia, al estado de sus padres:

Caitlin, mi amor, cariño mío, a quien querré siempre:
Aquí estamos aislados por la nieve, muertos, aburridos, malditos. Nancy se dedica a bailar en la cocina entre fogones y cacerolas con su voz alegre y mi padre a temblar y a quejarse por todas partes y a gritar cada vez que al perro (el de Nancy) le da por ladrar llorosa y lastimeramente. Mi madre sigue en el hospital con su pierna rota apuntando al techo gracias a un contrapeso de treinta kilos, está de buen humor y habla sin parar de operaciones de ovarios, problemas de útero, pechos amputados y tuberculosis con sus nuevas amigas, las enfermeras de guardia. Va a tener que estar tumbada, apuntalada a la cama, con la pierna colgando durante al menos dos meses más, y después de eso tendrá que aprender a caminar de nuevo, como los niños.


Leídas así, en orden, uno en seguida advierte que Dylan Thomas era mujeriego, infiel, un poco cabroncete. En una misiva promete amores eternos a su esposa y dice que no puede vivir sin ella y en la siguiente escribe a otra diciéndole que la echa de menos. A través de la escritura de estas cartas Thomas se va retratando: con sus manías, sus debilidades, sus obsesiones, sus proyectos literarios, sus frustraciones… Que fue un artista en toda regla es evidente leyendo estas páginas. Os dejo con dos fragmentos de su estancia en Nueva York, donde con gran habilidad refleja el caos y el clima de una ciudad en la que no acaba de encontrarse cómodo:

He asistido a algunas fiestas y conocido a cientos de poetas americanos, escritores, críticos y parásitos en general, algunos muy agradables y todos tremendamente educados y hospitalarios. Casi todo el tiempo he estado bebiendo cerveza americana. Pensaba que iba a ser floja, pero me encanta. La sirven casi helada. Llegué a Nueva York, por cierto, en uno de los días más fríos que ha hecho en años, a cuatro grados bajo cero. Te habría encantado. Yo nunca había pensado que pudiese hacer tanto frío, casi se me caían las orejas y el viento aullaba entre los monstruosos edificios, pero en cuanto entré en la habitación la calefacción resultó ser peor.
[…]
La gente utiliza el teléfono constantemente, para ellos es como respirar. Ahora son las nueve de la mañana y ya he tenido seis llamadas de personas cuyos nombres no he conseguido retener que me invitan a encuentros en direcciones a las que no sé cómo llegar. Y por encima de todo, de todo, de todo, de todo, de todo, Dios mío, aunque no sea necesario decirlo porque me conoces muy bien, lo que me pasa es que sólo quiero estar contigo. Si pudieses estar aquí conmigo todo me parecería bien.


[Editorial Siberia. Traducción de Andrés Barba]

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