Respirar por la herida, Víctor del Árbol, Editorial Alrevés, 2013.


Respirar por la herida, Víctor del Árbol, Editorial Alrevés, 2013, 528 páginas, 20 €.
Por Juan Laborda Barceló

El título nos avisa. A medida que avanzamos en la trama de esta poderosa novela se va haciendo cada vez más negra. Pero no se trata de un ejercicio vacuo, deseoso de impresionar o de una concesión hacia lo macabro, sino de una lúcida reflexión sobre el ser humano.
Esta obra es una tela de araña urdida entre las emociones, los miedos y las pulsiones más arraigadas en las personas. La inicial aventura de un malogrado pintor, Eduardo, que debe realizar un curioso encargo, no es otra cosa que el furioso aleteo de una mariposa. Es el inicio de un ciclón de pasiones y acontecimientos que impactarán profundamente en el lector. Es, en definitiva, la teoría de un caos que se va haciendo perfecto, encajando como un mecano vital.
Las relaciones entre los personajes, salvajes por la intensidad con la que están construidos, recuerdan a esas naturales y sofisticadas historias en las que todo está conectado. Son mapas humanos, que dejan mellas duraderas en sus héroes, pero que sesgan o abren atisbos de esperanza. Todos ellos tienen motivos, cada uno los suyos, pero todos son válidos. Eso es lo verdaderamente desazonador de estas letras.
Nadie sabe como encajar el dolor, la perdida y el desencanto, pero aquí se nos ofrece un catálogo de posibilidades, descarnadas, sufridas, pero a la par, cargadas de soberbia dignidad. La valentía del que no tiene nada bajo sus pies pero aún así, se aferra a la vida con fuerza. Descubriremos a personajes como Guzmán o Ibrahim, que son dos claros ejemplos de ello.
         Víctor del Árbol construye una obra llena de frases bellas, con una prosa tierna que no esconde los acontecimientos más contundentes. Las situaciones son extremas, aquellas en las que el individuo se define por sus decisiones: venganza, perdón, redención…Hay sucesos, como un accidente de tráfico, que no es el más significativo, pero que se convierte por su dimensión humana y técnica literaria en un reflejo de lo que somos. Sentimos junto al accidentado los cristales, la asfixia y la rabia. Otros espacios, geográficos y humanos, serán más determinantes, como el desierto de Atacama, la kasba argelina, el Retiro madrileño o ese resquicio del alma que nos permite perdonar.
El autor nos transmite con una turbadora fuerza, y maestría en la composición narrativa (dominando la ralentización, los saltos en el tiempo o las voces de los diversos personajes…), las grandezas y miserias de unos personajes cincelados con los designios del destino, pero también sometidos a sus propios actos (casi tan sufridos y atrayentes como el más famoso esclavo tracio huido de las minas de sal para liderar una rebelión). Todos ellos recorren, al igual que un héroe clásico, su camino de salvación o perdición. La travesía del drama es tan vibrante como la más lograda epopeya, sólo que aquí los hombres son como nosotros, son todos y cada uno de nosotros. Hay, como señala el creador de estas páginas, un juego de espejos entre ellos, ficticios, y nosotros, reales.
         Nadie puede recorrer el camino de su vida sin derramar algunas lágrimas. Esta novela es una potente metáfora de la maldad inherente al ser humano, de la salvación a través del arte y la creación, del destino, la superación y lo trascendente…Están avisados, inicien este periplo literario y vital con la mirada limpia, habrá lugar para enturbiarla, vaciarse y crecer con la experiencia. Se trata de una novela, simplemente, excepcional.

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