Solo si te mueves, de Aloma Rodríguez



Estoy en un autobús que me lleva a Teruel y pasaré todo el verano trabajando en Dinópolis. Es una especie de parque temático de dinosaurios, con esqueletos, huesos y cosas así. Y no sé qué es lo que voy a hacer exactamente. Me enteré de que necesitaban gente y llamé. Fue tan fácil que me dio miedo.

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Hace un minuto todo estaba bien, estábamos sentados en un portal, esperando a que dejara de llover y fumando. He apagado el cigarro, nos hemos besado y he dicho algo que le ha molestado mucho. Ni siquiera sé qué ha sido. Hasta entonces todo había ido más o menos como siempre: he ido a su casa y hemos follado antes de comer. Hemos estado en una crepería cerca de su casa. Barreiros se ha levantado y se ha ido. Es imposible que sepa nada de lo que pasó con Ángel. Nunca lo había visto así y me ha dado miedo que fuera una discusión seria: me ha dado miedo que estuviéramos rompiendo, así que he intentado seguirlo y, al echar a correr, se me ha roto la sandalia. Le he seguido con la sandalia en la mano. Ahora le alcanzo. Le cojo del hombro y él se gira. Debo de resultar bastante patética, mojada, con una sandalia y el pie negro.
-Se me ha roto la sandalia –le digo. Y él se echa a reír. Me río también y le beso. Nos abrazamos–. ¿Qué he dicho?
-Nada –responde él–. Es que no me tomas en serio, y no hay manera de que te quites la puta coraza. 

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