LA LOCA DE MI MADRE

Mi madre era una mujer muy maniática. Entre otras excentricidades, tenía la teoría de que nuestro ánimo depende de la luz. Y estaba tan convencida de ello que no tuvo ningún problema en aparecer un día en el hospital en el que yo estaba convaleciente con una lámpara de sobremesa. Decía que la luz de la habitación era mortecina, así que me dejó plantada aquella lámpara junto al gotero del suero y se fue. Las caras de las enfermeras al entrar eran todo un poema. Primero miraban la lámpara, luego a mí y después al bueno de mi padre que, sentado en el sillón, ponía cara de no saber qué decir. Al día siguiente, y sin yo haberlo pedido, vino con una colcha estampada que le daba buen karma. Los médicos estaban encantados con ella, pero yo, la verdad, estaba horrorizado.

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