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Codo Peludo

O hacerlo mal a propósito.

Un fallo garrafal en el conjunto de tu trabajo para que tu jefe te diga que lo corrijas…

Y se olvide de todo lo demás.

Porque, aunque lo que hayas hecho esté perfecto, su trabajo consiste en sacarle algún defecto.

O inventárselo.

Lo que sea con tal de justificar su puesto.

Su sueldo.

Y su “soberanía”.

De modo que antes de ser testigo de cómo se inventa una cagada tuya delante de quien sea (la discreción no suele ser su fuerte), sacándote los colores con las explicaciones más inverosímiles (lo importante es que tienen razón, no por qué), llevándose la contraria (lo que antes quería azul ahora lo quiere rojo y el tonto eres tú por no saber anticiparte) y dejándote con la palabra en la boca cuando intentas explicarte (aunque lograses que te oyera, tranquilo, porque no te escucharía)… crea tu propio CODO PELUDO.

Y no te cortes. Peludo hasta decir basta. Que sea capaz de verlo hasta un ciego, no necesariamente visual pero si mental, ese tipo de personas que necesitan gafas para el cerebro, muletas para sus neuronas y un libro de instrucciones para usar el papel del culo.

La charla te la vas a comer igual, pero esta vez con razón. Y consciente de que lo has hecho mal a propósito mientras tu jefe, y los habituales sicarios con afán de colgarse medallas, creen haber descubierto el origen del hombre (o del mono). Alimentando su ego. Y tus ganas de reír…

Una mancha de café en un informe, la foto de una tía en bañador en un catálogo de moda de invierno, una página vertical en un dossier apaisado, un link a un vídeo de caídas en un mail… Sé creativo… pero sin pasarte. Sobre todo en la sucesión de CODOS PELUDOS. Solo emplea la técnica cuando merezca la pena. Cuando tu curro sea realmente cojonudo. Cuando sacrificar cualquiera de sus partes sea un crimen de guerra. Cuando la arbitraria decisión de tu jefe pueda acabar mutilando una obra de arte.

Y, sobre todo, no olvides nunca que tu curro deja de ser tuyo una vez lo has acabado y pasa por “revisión”. Acabas de entregar a tu hijo en adopción. Ya no te pertenece. Así que si su nueva “familia” quiere vestirle con bermudas, náuticos y un polo rosa… ya no es asunto tuyo. No te hagas responsable de tus hijos “bastardos”. Resérvate para los legítimos. Puede que sean más pequeñitos, que nunca jueguen en Champions y en el baile de fin de curso les toque bailar con la más fea…

Pero son tuyos.

Al cien por cien.

Porque los has hecho como te sale de los cojones.

Echando un polvo que SÍ mereció la pena.

Porque lo echaste gratis.

 

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