“La plenitud” suena a esencia llena de sol y es accesible para todos quienes abran sus sentidos. Claudia Masin nos acerca a su experiencia de la plenitud conectada con la naturaleza que desemboca en una especie de elocuencia emotiva arrolladora. La magia de la lírica de la poeta se establece tras la observación intensa de los propios movimientos anímicos y los ajenos, en una acción sicológica de fatalidad. Esta forma de discurrir el poema nos aparece espontánea y meditada, no en vano la escritora es psicoanalista y esta faceta se imbrica en su ser poeta. Descripciones de sucesos atmosféricos y naturales que ilustran con una explosión prolongada emociones muy concretas y en las que nos reconocemos. Esta dinámica personal que ahonda en nuestro yo más sensible e introspectivo desenreda y expone heridas y placeres de los que a menudo no se habla en la vida cotidiana, que suelen permanecer obviados o ignorados. Nos hace esbozar una sonrisa de complicidad.
La helada
Quien fue dañado lleva consigo ese daño,
como si su tarea fuera propagarlo, hacerlo impactar
sobre aquel que se acerque demasiado. Somos
inocentes ante esto, como es inocente una helada
cuando devasta la cosecha: estaba en ella su frío,
su necesidad de caer, había esperado
-formándose lentamente en el cielo,
en el centro de un silencio que no podemos concebir-
su tiempo de brillar, de desplegarse. ¿Cómo soportarías
vivir con semejante peso sin ansiar la descarga,
aunque en ese rapto destroces la tierra,
las casas, las vidas que se sostienen, apacibles,
en el trabajo de mantener el mundo a salvo,
durante largas estaciones en las que el tiempo se divide
entre los meses de siembra y los de zafra? Pido por esa fuerza
que resiste la catástrofe y rehace lo que fue lastimado todas las veces
que sea necesario, y también por el daño que no puede evitarse,
porque lo que nos damos los unos a los otros,
aún el terror o la tristeza,
viene del mismo deseo: curar y ser curados.
en medio del bosque abrupto y solitario, crece un árbol
demasiado delicado y tímido para sobrevivir sin que las ramas
se tuerzan, decaigan, pierdan fuerza cada día,
como si no hubiera nacido preparado
para enfrentar la dificultad del suelo áspero y las plagas,
y su propia debilidad lo llevara a empequeñecerse
hasta casi desaparecer, tapado por una vegetación
que pareciera nutrirse de la audacia
que a él le falta. Pero una sola vez en toda su vida
-que no es larga- florece. Sucede en la estación de las lluvias,
y su flor es la más extraña que pueda concebirse,
no necesariamente bella ni cargada de polen.
Me dirás que ceder lo más valioso que se tiene
a una forma de vida que explota y se retrae en unas horas
no es un acto razonable, que es mejor la lenta construcción
de una fuerza que no pueda doblegarse y se sostenga
en lo que acumula año tras año. Sin embargo,
imagino que no debe existir nada más hermoso de ver
que ese momento de plenitud, cuando la materia que parece vencida
ofrece todo su poder de una vez a un mundo
que no lo necesita ni lo espera, para después retirarse,
como si el bosque fuera un cuerpo amado
e indiferente al que va liberando suavemente de su abrazo.
Yo quisiera ser así, capaz de soportar la plenitud
sin anhelar la abundancia. Que eso sea todo:
el puro deseo de dejar lo poco o mucho que se tiene
a quien se ama, aunque no le haga falta,
y vivir por un rato rodeada de las cosas que realmente le importan:
las tormentas, los animales feroces, la exuberancia del verano.
“La plenitud”
Claudia Masin
2015
Claudia Masin nació en 1972, es escritora y psicoanalista. Publicó “Bizarría” (Nusud, Buenos Aires, 1997) “Geología” (Nusud, Buenos Aires, 2001) “la vista” (Premio Casa de América, Visor, Madrid, 2002) y “La plenitud” (Hilos Editora, Buenos Aires, 2010). Ha creado y coordinado, junto a un grupo de artistas, los ciclos de poesía “La mirada”, “Poligrafías”, “El pez que habla”, “La musik” y “El gallo y la luna”.
Por Violeta Nicolás