En la infancia, hay un momento en el que nos damos cuenta que vamos a morir y conforme pasa el tiempo se tiende a olvidarlo, al ritmo de vida loco, consumista y solo se busca evasión. Así que podemos agradecer a David Trashumante, que vuelva la mirada sobre la muerte, que subraye su presencia en nuestra vida, porque este gesto supone ya una pequeña gran liberación.
En la presentación del poemario en Kalandraka, Ángel Guinda destacaba algunos rasgos del poeta, en especial la concepción de la palabra de música, el ritmo, que encontramos desde las raices hasta la forma y el tema. Quizás, precisamente este factor contribuye a la claridad, a una comunicación directa y fluida entre poeta y lector.
Como bien dice Ángel Guinda el autor es una fuerza que se manifiesta, todo un creador de lenguaje y la perspectiva que predomina es el amargo-realismo, complementado con cierto humor y dramatización que atrapa. De hecho se pudo comprobar durante la lectura la habilidad de David al recitar e interpretar sus poemas, que adquieren muchos matices, comicidad, y emotividad que atraparon la atención y jugaba con nuestro ánimo.
Se observa un compromiso social, cierta conciencia critica en sus poemas, como en el que nos habla de las muertes en Gaza o de la malaria, y lo hace desde una sinceridad que remueve conciencias y gira nuestras cabezas hacia el malestar de esas situaciones y conflictos que también tienen que ver con nosotros. Además en el libro encontramos una especie de “pasatiempos” relacionados siempre con la parca y epitafios con mucho humor, que nos muestran la buena costumbre de hacer bromas hasta de la muerte. Durante todo el poemario David desarrolla su imaginación y creatividad con soltura en cada uno de los poemas y muestra su interés profundo por el tema. Según nos contó, se trata de una cuestión personal relacionada con la muerte súbita de un amigo joven y la hipocondría que desarrolló durante un periodo de tiempo.
Me ha gustado en especial “Fresa ácida” uno de los poemas autobiográficos que hay en A viva muerte, y es que el chicle forma parte de mi imaginario como artista y poeta, también he experimentado esa especie de sensación de vacío al mascarlo. Me encantan este tipo de poesía donde se comparten experiencias personales que nos han transformado de alguna manera, nos acerca a la relación con el tema que inspira y compone este poemario que desborda creatividad.
FRESA ÁCIDA
Fue a los 9 años que entendí
que algún dia me moriría.
Mascaba un chicle de fresa ácida,
regresaba del colegio.
Pensé en que el tiempo pasaría
en que iria perdiendo el sabor,
me haría viejo.
Sentí que yo dejaría de ser yo,
y que todo lo que hubiera
dicho o hecho a lo largo de mi vida
daría igual.
El chicle rechinaba entre mis dientes
como una flema insipida y al escupirle
pensé en el alma y en eso
que me decían de que al morir
uno se va al cielo si ha sido bueno.
Pero si yo dejaba de ser yo
¿Qué más daba a dónde fuera?
Aquel chicle sin duda me había dado
todo su sabor y ahora yacía
aplastado contra el suelo.
Comencé a llorar y seguí haciendolo
todo el camino hasta casa.
Cuando llegué le conté a mi madre
de mi trance metafísico,
ella no supo como consolarme,
pues la misma cuestión le afligía
profundamente
y se le humedecieron los ojos.
Lo mismo le pasó a mi hermana y a mi padre.
Entonces, no pudiendo soportar
ver a mi familia
sufrir de esa manera, saqué
mi bolsa de chicles y les ofrecí.
Y allí nos quedamos sentados
mascando aquellos chicles
que ya no nos sabían a nada.
David Trashumante
2015
David Trashumante. (Logroño, 1978) Es un poeta y agitador cultural de larga trayectoria en la poesía social que combina el activismo político con un humor popular. Ha publicado anteriormente El amor de los peces (Unaria, 2014). Lo podéis seguir en su blog: http://davidtrashumante.blogspot.com.es/