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Que no arranquen los coches

Que no arranquen los coches, que se apaguen todos los semáforos, que se caigan las estatuas, que se calle la gente, que se pare la música, que no se acabe la noche flamenca, que los niños no lloren, ni las porteras canten, ni las tormentas truenen, ni la lluvia nos moje; que las princesas se escondan, y los reyes no existan, que las mujeres no salgan a la calle, ni los hombres, ni los ancianos; que nadie vuelva a tocar la guitarra, como nadie debió nunca volver a cantar cuando Monje se fue, él, su gran amigo, su compadre, la otra mitad del genio; que se pare el mundo, que se enciendan las velas, que se haga el silencio, que se apaguen las radios, y las televisiones, que no se lean libros, tampoco periódicos, que no mientan los políticos, que no roben tampoco, que no se celebren los goles, que dejen de luchar los oprimidos, y de oprimir los opresores, que no se disparen balas, ni estallen las bombas, ni se desenvainen espadas, que no naveguen los barcos ni vuelen los aviones, que los relojes no marquen las horas.

Que al menos eso suceda durante un día, o una hora, o diez segundos…

Que se haga el silencio, porque ayer se fue Paco, el de Algeciras, el de Lucía, el de Camarón.

Ahora se multiplican los homenajes, se repiten los halagos, se pinchan sus canciones, se le recuerda con cariño, con admiración. Veremos reportajes con «la leyenda del tiempo» sonando de fondo, descubriremos seguramente un montón de anécdotas interesantes sobre este hombre que antes desconocíamos, exclamando sorprendidos ante lo que descubrimos. No se puede decir que en vida no se le recordara y admirara, y premiara, desde luego que sí, pero viendo alguno de esos reportajes, entradillas, noticias rápidas en los telediarios, veo que se obvia uno de los verdaderos logros que consiguió Paco de Lucía cuando apenas su carrera estaba despuntando. Me refiero a su colaboración con Camarón de la Isla en la grabación de nueve discos que en la década de los setenta cambiaron para siempre la historia del flamenco.

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Si os gusta el flamenco, y os interesa la figura de Paco de Lucía, os recomendaría que vierais «Camarón». En contra de lo que muchos piensan, a mí me pareció una gran película, pero porque para mí todo lo que rodea a Camarón de la Isla me resulta apasionante. Hace no muchos años, siempre que podía me escapaba a la Soleá -un colmao que embrujaba la Cava Baja antes de que lo convirtieran en otro maldito bar- a escuchar flamenco de madrugada. Eso despertó mi interés por este maravilloso arte. Pero desde que escuché a Camarón por primera vez, nunca más podré ser imparcial. Me pasa lo mismo con Paco de Lucía. Pues bien, en esa película, una de las cosas que mejor queda reflejada es la admiración que Paco de Lucía sentía por Camarón. Paco decía que Camarón tenía un don de Dios, lo consideraba el verdadero genio, mientras que él -que ya era un enorme guitarrista cuando grabó con Camarón esos nueve discos mágicos, gigantescos, irrepetibles- se sentía incapaz de cantar. Qué gran virtud es la humildad. Cuando eres ya el más grande, la humildad te hace serlo todavía más.

Creo que debemos quedarnos con el ejemplo de lo que la persistencia, la confianza en uno mismo, el trabajo constante y exhaustivo pueden llegar a lograr. Puede, me digo muchas veces, que haya que nacer con el arte, puede que también con el don (mucho más necesario en el caso de los cantaores); posiblemente sea necesario que la sangre gitana corra por tus venas , al menos algo, y que haya que nacer en Algeciras; puede que ayude que uno de tus hermanos sea también un magnífico guitarrista, y el otro cantaor, pero lo que está claro es que cuando nació, Paco de Lucía no sabia tocar la guitarra. Lo aprendió a base de horas, y más horas, y muchas más horas encerrado en su cuarto, él sólo contra las seis cuerdas, bajo la férrea supervisión de su padre, el gran artífice de la unión eterna entre el más grande cantaor y el más grande guitarrista que seguramente hayan existido jamás.
Aunque creamos que no, que es imposible llegar tan alto, ejemplos así me hacen pensar que cualquiera de nosotros podemos ser capaces de todo, y de nada al mismo tiempo.

Pocas veces cuando alguien tan importante se nos va siento verdadera lástima. Me pasó con George Harrison, recientemente con Alfredo Landa, y esta semana me ha pasado con Paco de Lucía. Siento una pena egoísta, porque con el hombre, grande seguramente aunque lejano para mí, también se apaga su arte, su inmenso arte, aunque sepa con seguridad que su legado permanecerá en nuestra memoria para siempre.

Por eso yo digo -y permitidme que vuelva a tomar prestados los versos de Sabina -, ¡que se pare el mundo!, y que lloremos todos un poco, porque ayer se fue un gran genio. Aunque no supiera cantar.

¡Y que escuchemos flamenco!

PD: Os dejo como remate esta bulería. Al cante, José Monje, el Camarón de la Isla. A la guitarra, Paco, el de Lucía. Hasta siempre, Maestro.

 

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