Te dije que se me habían quedado un par de cosas en el tintero. Y es tan cierto como que la forma de hacértelas saber, ésta, quizá consiga que me mandes a freír espárragos. Tenía pensado dedicar la entrada de hoy a mi novela, que mañana sale a la venta. Y entonces he pensado: «el lunes puedo colgar otra…». O el martes. O… Porque, seguramente (eso espero…), por entonces, la novela seguirá en las librerías… Pero tú… quizá no. Y me he dicho: «qué coño, Juanlu, me arriesgo».

A veces soy peor que una resaca de aguarrás (de las más jodidas…). Y lo sé. Otras, un pastelero de mierda (más de las que quisiera reconocer…). De modo que, para el caso que nos ocupa, intentaré encontrar el término medio…

Me gustas. Y mucho. Creo que lo supe a los cinco minutos de empezar esa «cita», sentado frente a ti en aquella terraza de Santa Bárbara. Lo que más me cautivó fue la naturalidad con que transcurría todo. Desde esas primeras birras y pelotis al aire libre (y fumando)…, o el posterior concierto en el Honky Tonk (y encontrado beso…), al modo en que me «secuestraste» cuando paramos aquel taxi…

Algo que no ocurre muy a menudo.

Pasando por la primera ocasión que me quedé en tu casa (esa misma noche)…

En realidad, muy poco.

Y el momento en que desperté a tu lado al día siguiente… Con ganas de quedarme ahí por un tiempo.

Casi nunca.

Puede que sea casualidad, pero aquellos días, algo más de un mes, salió el sol. Y desde nuestra última conversación cara a cara (más bien, de perfil, lado a lado)… no ha dejado de llover.

No soy un tío fácil. Pero contigo todo lo era. Sin comerlo ni beberlo, ponías una mano sobre mi pierna (y yo la sentía…), o cogías la mía (la mano…). Entonces sonreías (como si nada, despacio…). Yo cogía la tuya (tu mano…). Y sin provocarlo (el tacto…), cagon tó, sucedía (el hecho…). ¿Serendipia? (o, manda huevos, ¡milagro!). Hablábamos de música, íbamos al cine, charlábamos por teléfono todos los días… Y sin darme cuenta, flipaba por estar tomando una birra con alguien, tú, que era quien decía (y no yo…), «¿salimos a fumar un cigarro?». Detalles sencillos. Que son los que más importan. Y otros más personales. Que para mí importan un huevo. Como hacer «la cucharilla». No dormir culo con culo. Sentirte a mi lado.

Aunque sean moñas.

Abrazarte después de echar un polvo (deberíamos inventar otra expresión para esto, porque hay un trecho entre «hacer el amor», «follar» y «nos los montamos»…).

O suceden a la luz del día.

Cuando yo estaba despierto… Y te miraba mientras aún dormías.

Era la sensación  de tenerte a junto a mí. Y ya no estás. Tú. Esa persona que, tan inesperadamente como apareció… Se ha ido. Porque no es sólo QUIÉN. Sino CÓMO. Y como el cómo también cuenta, te echo de menos. LO echo de menos… Así te lo digo. ¡qué carajo!

Ante todo quiero que sepas que no pido nada. Ni espero nada a cambio. Es mi forma de decirte lo que siento. Cómo estoy. Lo que pienso. Ese par de cosas que se quedaron en el tintero en aquel garito frente a Plaza de España. Porque quizá me quedé sin palabras. O no era el momento…

Es hora de ir terminando (el texto…). La parte más difícil. Porque de ella depende que todo lo escrito cobre sentido. Sin dejar cabos sueltos. Ni confusión de por medio… Por esa estúpida necesidad que tenemos a menudo: «jo, quiero que todo sea perfecto».

Porque nada lo es.

La vida tampoco.

Solo son momentos.

Que compartes cuando puedes.

Que disfrutas si son buenos.

A veces es solo un tren que pasa.

O un retortijón en el cuarto de baño.

Que sufres solo…

Y en silencio.

Es entonces cuando tiras de la cadena…

Y te das cuenta de que ALGO…

Jooder, se te ha escapado de las manos.