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EN EL CORAZÓN DEL MAR

No hace falta haberse leído el libro para saber quién es. Tampoco ver alguna de las muchas adaptaciones cinematográficas de su historia. Porque todo el mundo conoce a Moby Dick. Ese cachalote blanco de dimensiones increíbles que se convirtió en la obsesión del capitán de un barco ballenero con pata de palo. Y en leyenda universal. Mucho antes de que Steven Spielberg nos quitara las ganas de darnos un bañito en la playa por culpa de un Tiburón que, comparado con el primero, tanto en tamaño como en mala baba, bien podría haber sido amigo de Bob Esponja.

Pero lo que muchos no sabíamos es la historia que se esconde tras ese cachalote literario, basado en uno “real”, ni muchísimo menos en las consecuencias que su particular “venganza” contra un barco ballenero que se cruzó en su camino tuvieron para sus tripulantes. Un Viven del siglo XIX, con más de 90 días de supervivencia a la deriva, donde la inmensidad de los Andes deja paso a la del Pacífico, pero con un denominador común: el hambre.

Y de eso trata de película. De combinar realidad y ficción en una travesía hacia lo desconocido que gira en torno a una de las obras más famosas de la literatura norteamericana. Con detalles de lo que ocurrió en realidad que, según la peli, el autor de Moby Dick, Herman Melville, obvió su en su novela por una cuestión “moral” cuando, en realidad, fue por desconocimiento.  Pero así se llenan los vacíos históricos. Con imaginación. Con interés. Con pericia…

O con miedo.

En un (fallido) intento por emular el realismo marino de Master and Commander, chavales metidos en faena de hombres incluidos, Ron Howard, que los más cerca que ha estado del mar fue en ese éxito ochentero sobre sirenas titulado Splash!… o en la emotividad extraterrestre de Cocoon, se embarca en el desafío de contarnos una historia de adultos… para adultos. Y lo consigue a medias. Porque a este hombre le mola hacer películas para todos los públicos y fáciles de ver. A todos nos gusta Willow… tanto como sabemos que habría sido mejor si este señor no fuese tan moñas o George Lucas, el moñas por excelencia, no hubiese sido el productor…

La historia que Ron Howad se trae entre manos no es tanto un viaje al corazón del mar de Melville como al de la Tinieblas de Conrad. Al horror… Y se nota su esfuerzo por imprimir carisma y suciedad a una aventura que debería apestar a sal, sudor, pescado… y sangre. Pero se queda a medio camino. Porque no se atreve a encarar de frente el mayor conflicto de la historia, esos días a la deriva en que los supervivientes destriparon y cortaron las extremidades de las víctimas del naufragio para comérselas y, cuando éstas se agotaron, echaron a suertes quién sería “asesinado” para alimentarse de él. Todos sabemos que una imagen vale más que mil palabras, pero el bueno de Howard prefiere ilustrar las más crudas con el relato que ciertos personajes hacen de ellas. Y que la imaginación de cada espectador haga el resto. Eso sí, para ilustrar el reclamo principal de la película, el cachalote, el intento de acabar con él y su contundente respuesta, no escatima en gastos, ni de efectos digitales (cuesta adivinar un solo plano que no haya sido retocado o filmado sobre croma, y eso canta la Traviata…), ni de Go Pros, esas cámaras que ahora usa todo cristo (ya sea para grabarse montando en bicicleta, saltando desde un puente o sentado en la taza del váter) y de las que Ron abusa más que un abuelo de un palillo. Y estaría muy bien si Moby Dick fuese el protagonista de la historia. Pero no lo es. Su «ataque» es el detonante de lo que ocurrió después. Del verdadero conflicto. Pero, claro, eso no es moñas. Ni vende entradas. Y así es como En el corazón del mar naufraga: centrándose en la historia del «monstruo» para eludir la monstruosa.  La humana. De la que alguien con menos almíbar en vena habría sacado auténtico oro cinematográfico. Y es que, definitivamente, y por mucho que Ron Howard haya conseguido alejarse de sus peores truños, Una mente prodigiosa y Apollo XIII incluidos, donde estaba más pendiente de llamar la atención de los académicos (joder, ya tienes tu Oscar, no te lo crees ni tú) y de exaltar los valores de un país devaluado hace demasiado tiempo que de entretener… apostar por él para dirigir esta historia es un error garrafal. Una verdadera lástima. Un desperdicio que no salvan cuatro secuencias de «acción» bien editadas.

Ni la grandeza de Moby Dick.

El cachalote.

No la novela.

Otra leyenda que no han querido hacer creer…

Porque si hay una cosa que los norteamericanos saben hacer a la perfección es venderse.

Qué coño, lo hacen de puta madre…

 

 

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