Para que lo sepáis, tal día como hoy de 1959 Mary Lakey descubrió un trozo de cráneo en la garganta de Olduvai, en Tanzania. Resulta que el cráneo correspondía a una especie llamada Paranthropus Boisei, lo que viene a ser el eslabón entre gorilas y seres humanos —esa diferencia imperceptible en muchos casos aún hoy—, datado en 1,75 millones de años.
Lo que seguramente no sepáis es que su marido —Louis Lakey— era un eminente paleoantropólogo británico que no estaba para coplas aquella mañana del 17 de julio. La malaria, que lo tenía postrado en la cama, así que mientras esperaban la llegada de un equipo de grabación que pretendía filmar el inicio de la excavación de lo que prometía ser un nuevo yacimiento, Mary se fue a pasear a los perros. Tenía una tropa de dálmatas, y los sacó a que les diera un poco el aire. Por allí había caído la de Dios es Cristo, así que sabía que habría restos al descubierto incluso fuera de la zona propuesta para excavar. Y paseando a la recua de perros vio algo, lo que parecía ser la parte inferior de la mandíbula de un homínido. Corriendo se fue a contárselo a Louis. Que si déjate de fiebre y de querer excavar donde quieres, que lo fetén está de donde vengo, etcétera.
Y acertó, oigan. Pocos días después, el matrimonio desenterró el cráneo del que he hablado ya. Lo más guapo del asunto es que aquel yacimiento recibió el nombre de Frida Lakey. ¿Y quién era esa?, os estaréis preguntando. La primera mujer de Louis Lakey, a la que abandonó en 1933 dejándola con un crío para irse con la ilustradora de una de sus obras, May Nicol, que al casarse con él pasó a ser Mary Lakey. Los remordimientos de conciencia del hombre, que debieron de ser unos pocos.