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Generosidad

Abro las puertas de madera de iroco del Aleph. Le puse ese nombre por el cuento de Borges, porque deseaba que allí se encontraran «todos los lugares del orbe vistos desde todos los ángulos», pero mejor, porque aquel sería un lugar de encuentro de amigos y así ha sido. Esta tarde, sin embargo, recorro solo el camino hasta la casa, no espero a nadie. Durante cuatro años recogí piedras de la orilla del río y las traje en cestas para hacer este camino.

Tenemos pocas oportunidades para estar solos, para estar a solas con nosotros mismos. Esta sociedad nos busca aislados, pero no nos quiere solos, no nos da una oportunidad de soledad, porque la soledad es la ocasión del pensar sin ruidos secundarios ni distracciones banales, la soledad es la oportunidad del silencio y el silencio la fortuna de poder escuchar y al escucharse uno es cuando puede de verdad tomar decisiones, esas decisiones que son vida. Piensen en la última vez que estuvieron solos, sin teléfono, sin series, sin periódicos, sin manifestaciones. Piénsenlo.

Soledad y silencio, este silencio que marida tan bien con la lluvia fina y con el trinar de pájaros, pájaros que no traicionan esta soledad. Sentarse en el porche a mirar, a solas, en silencio, sin tiempo, es decir, con tiempo para estar así. Esta sociedad nos encadena a los horarios, a las prisas, nos llena el tiempo para no tener nunca tiempo, no sabemos parar, somos como bueyes siguiendo surcos, como mulos dando vueltas a la noria. Y mientras, nuestros pozos, los pozos del alma, secos. Porque necesitamos tiempo para estar solos, para el silencio, para pensar o no, para sentarnos en el porche a escuchar la lluvia y ver los narcisos amarillos florecidos.

Entonces uno se da cuenta de que las flores nunca exigen nada por regalar su belleza. Y al verlas, me doy cuenta de que esta sociedad está acabando con la generosidad. La generosidad no casa bien con el sistema económico y moral del crecimiento en el que sin saber cómo hemos acabado siendo.

Contemplo los narcisos, imagino libélulas, recuerdo los versos de Salinas: «Por renunciar al pétalo, y al vuelo, está viva y me enseña que un amor debe estarse quizá quieto, muy quieto, soltar las falsas alas de la prisa, y derrotar así su propia muerte».

Salud

www.oscarmprieto.com

 

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