Bajo un cielo malva oscuro, la luz deja de ser onda y es sólo materia, coge cuerpo, a un tiempo sólida e inaprensible, como los melocotones de Cézanne. Reducida la nada que hay en ella -igual que el jerez en una salsa-, con un pincel se podría trazar el perfil de la nueva transparencia que limita y comparte el espacio con el primigenio verde de los campos de trigo y el agudo amarillo de la colza. Por este paisaje discurre la carretera y mis pensamientos, apenas consistentes, son como polluelos que pierden el miedo a saltar del nido pues confían en que esta luz los sostenga.
Papá, ponla otra vez. Me pide León, con la misma autoridad con la que Rick se lo pide a Sam en Casablanca. Le ha gustado la canción. Hasta tres veces se la tengo que poner antes de que se duerma. Aprovecho su sueño para recordarme en mis viajes de asiento de atrás. Fue en aquellos viajes cuando se forjó mi amor por María Dolores Pradera. Entonces no había manera de repetir la misma -la había, pero casi era sacrílega- y si te gustaba mucho un tema, no quedaba más remedio que esperar a que pasara toda la cinta, darle la vuelta por la otra cara y dársela otra vez, hasta llegar de nuevo a él. Esta paciente espera regalaba el beneficio de aumentar el deseo por volverla a escuchar y con éste el placer, y no te dejaba escapatoria a descubrir la belleza del resto de canciones que, de otro modo, te hubieras perdido. Algo similar ocurría con las series de televisión, sabiamente espaciadas. Al terminar un capítulo, había que aguardar toda la semana para ver el siguiente episodio de Starsky y Hutch, por ejemplo.
Madurar, crecer, dejar de ser un niño es en parte aprender a postergar la satisfacción de los deseos. Madurar, crecer, ser adulto es comprender que no todo es inmediato, que casi nada es inmediato, que hay que saber mirar un poco más allá. Pero ahora es posible escuchar la canción que nos de la gana y empacharnos de ver series -maratones le llaman, vaya oxímoron- en el lugar y a la hora que queramos. Para mí estas pequeñeces son síntomas de una sociedad infantilizada que no piensa más que en el instante. Y esto mismo se puede extrapolar a la cosa política, cuando, en verdad, la política debería ser más que nada pensar en el futuro. Los políticos lo saben y como a niños nos repiten la canción. Así no les exigiremos mañanas. Y todos, pobres, tan contentos.
Salud.