Aunque la memoria no es tan fija y esclerótica como nos empeñamos en creer, más bien es plástica y se va modelando con el paso de los años, dando forma a los recuerdos, transformándolos en otra realidad, que nunca fue exactamente así, completando detalles que ya escapan, vivificando imágenes con los ojos de hoy, que no miran como antes miraron, pervive en mí el recuerdo pertinaz de que de niños íbamos a todos los sitios corriendo. Corríamos para ir a la escuela y más veloces al salir de ella. Corríamos a casa y al salir ya con la merienda. De casa a la piscina íbamos corriendo y a hacer los recados que nos mandaban nuestras madres corríamos también. Los juegos consistían en correr básicamente –nunca fuimos de juegos de mesa, al menos mi pandilla– y para hacer travesuras, correr era realmente necesario.
No creo que de niños viviéramos corriendo porque tuviéramos prisa, los niños no tienen prisa, al menos no esa prisa que infecta la vida cuando somos mayores. Quiero creer que tanto correr tan sólo se debía a las ansias, a la energía, a la vida apenas estrenada, casi nueva, que bullían en nuestros pechos y recorrían, en el mismo paquete que la sangre, nuestras extremidades inferiores. Correr era vivir, eran las ganas de vivir.
A veces, leo en los periódicos noticias que me alegran el día, que me devuelven a aquel tiempo pasado en el que todo era auténtico y sin intermediarios. Lorena Ramírez, una joven tarahumara de 22 años, ganó el pasado 29 de abril la ultramaratón de Cerro Rojo, que se celebró en Puebla, México. Fue la primera en recorrer los 50 kilómetros que separaban la salida de la meta y lo hizo en 7 horas. Hasta aquí, nada de extraordinario. La belleza la tiene la fotografía en la que se la ve, subida en el lugar más alto del podio. Va calzada con unos huaraches –sandalias tradicionales– y lleva la falda, supongo que la misma falda que se viste cada día. A su lado, la segunda y tercera clasificada van equipadas con todos los detalles que adornan hoy en día a los atletas. Lorena, no necesitó para vencer de nada de esto que venden en las tiendas. Seguramente le bastaba la energía de niña y aquel correr primigenio y sin razón.
Salud.