Una vez que Buda alcanzó la iluminación, sentado bajo un bosque formado por un solo árbol –un boniano frondoso y de raíces interminables–, inició un viaje a través de todas sus vidas pasadas. Recordó entonces, que en una de ellas fue un francolín –una pequeña ave– y que ante un gran incendio en la foresta, había intentado apagarlo zambulléndose sin descanso en un lago cercano, para luego aletear sus alas mojadas sobre el fuego. Aunque algunos pudieron reírse de su esfuerzo, por inútil y desproporcionado, los dioses, conmovidos por este gesto extremo de generosidad, enviaron las lluvias y sofocaron las llamas.
Por desgracia, no todos somos Buda, ni cuidamos de nuestros bosques con la misma consideración y entrega que el francolín. Incluso, congéneres nuestros, desalmados, privados del más elemental vínculo con la vida, se dedican a terminar con ella, provocando incendios, destruyendo todo aquello que habita y late en la mágica caldera de los bosques.
Imagínense si un incendio hubiera acabado con el boniano bajo el que se sentó el Buda. Nos hubiera privado de sus enseñanzas. O con el manzano bajo el que se sentó Newton para descubrir a su sombra la Ley de la Gravitación Universal. O con el árbol de la ciencia del bien y del mal, del que comieron Eva y Adán. Sí, me dirán, en este caso, que no nos hubieran expulsado del paraíso, pero no estoy yo tan convencido de que fuera malo caer en el tiempo, pues como dice la escritora Susan Ertz: «Millones de personas deseosas de inmortalidad no saben qué hacer consigo mismas en una tarde lluviosa de domingo».
Pero ni el Buda ni Newton ni el paraíso, son tanta pérdida como todo aquello que se pierde cuando se quema un bosque. Los bosques, las selvas son la madre nutricia de la vida, es en ellos donde se mezclan el tiempo de milenios con la luz y con la tierra para dar lugar al milagro de los seres vivos. Nada hay más desolador que un bosque calcinado. Ante el paisaje sin paisaje de un bosque hecho cenizas las palabras se me convierten en lágrimas y si es provocado, tambalea mi fe en el género humano. Cuidemos de los bosques este verano, no por altruismo. Cuidando los bosques nos cuidamos a nosotros. Todos contra el fuego.
Salud.