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Generosidad

Es fácil reconocer a Alfonso en mitad del jaleo que anima los platós, en los que una pequeña legión de estudiantes –con auriculares, sentados al control, delante de las cámaras, detrás de los focos–, juegan, aprenden, sueñan lo que podrían ser cuando sean mayores. Alfonso es a quien todos los alumnos reclaman su atención, el único de pelo blanco y quien muestra la sabiduría de los años con el más sencillo y pleno de todos los gestos: una sonrisa cordial. Alfonso, me pregunta cada miércoles, cuándo voy a hablar de Murcia en esta columna. Él es murciano, comprendo su afán.

Hablamos sobre el dilema de Carneades. ¿Lo recuerdan?: ¿Quién de los dos náufragos debería salvarse cuando sólo puede salvarse uno de los dos? ¿Qué sería más justo? La primera opción que valoramos para deshacer el nudo de la duda es la de que ninguno de los dos se salve: de no poder los dos, más justo sería que murieran ambos. Nos asusta la crudeza lógica de esta posibilidad.

Cuando todo parece perdido e imposible alcanzar el borde de este torbellino y escapar de su violencia, damos con la solución, que siempre ha estado a nuestro alcance: la generosidad. Sí, no se trata de aplicar la justicia, si sólo uno de los dos puede salvarse, uno de ellos tendrá la generosidad de desprenderse de la tabla de salvación para que el otro viva, sin necesidad de que sentencie un juez.

Llevo pensando en ello desde entonces, en la generosidad. En lo poco que escucho esta palabra, cada vez más desterrada de escuelas, de lugares de trabajo, de familias, de la sociedad. Una sociedad que por contra nos inocula desde niños el virus de la ambición, de la competición, sociedad en la que el egoísmo lejos de concebirse como el más feo de todos los vicios, pasa por ser la virtud más eficaz en este mundo que sólo distingue entre éxito y fracaso. Hasta nos han privado del placer de ser generosos, pues el generoso, hoy en día, corre el riesgo de pasar por tonto. Todos lo vemos, estamos de acuerdo en que el mundo es un desastre insoportable, inadmisible. Tenemos muy fácil la solución: seamos generosos. Estoy convencido de que es el antídoto a todos los males. Les reto a que me digan uno que no se cure siendo generosos.

Salud

www.oscarmprieto.com

 

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