A mediados de los 80 Harrison Ford está en la cresta de la ola. A su éxito cerrando la trilogía de Star Wars como Han Solo en El retorno del Jedi (1983) se suma su nuevo triunfo como Indiana Jones en el templo maldito (1984) y su reconocimiento más allá de lásers y látigos como el inspector de policía John Book en Único testigo (1985), película por la que estuvo nominado al Globo de oro y al Óscar al mejor actor. El director, Peter Weir (El club de los poetas muertos, El show de Truman), ha encontrado en él un ACTOR con mayúsculas. Hollywood comienza a tomarse a Ford en serio. Y Weir decide darle una nueva oportunidad para demostrar su talento más allá del cine meramente comercial. Y así es como en 1986 le brinda el papel protagonista de La costa de los mosquitos. Una MARAVILLA. Un canto naturalista y anticapitalista, una crítica a la sociedad moderna, una vuelta a los orígenes de la humanidad pero, sobre todo, el retrato de un personaje que es un REGALO para Ford: un granjero, inventor, filósofo y visionario llamado Allie Fox capaz de arrastrar a su familia, mujer y cuatro hijos, a lo más recóndito de la selva en busca de la consecución de unos ideales que terminarán llevándolo a la perdición. Vamos al lío.
La costa de los mosquitos adapta la novela de mismo título publicada en 1981 por Paul Theroux. El encargado del guion es nada más y nada menos que Paul Shrader (Taxi Driver), la banda sonora obra de Maurice Jarre (habitual colaborador de Weir en películas como El club de los poetas muertos y Único testigo) y en el reparto, junto a Ford, encontramos a Helen Mirren (ganadora del Óscar for The Queen), River Phoenix y Martha Plimpton. Todas ellas son razones más que suficientes para sumergirse en este viaje a las profundidades de la selva hondureña, pero también a la obsesión y la locura de la mano de un personaje tan magnético como cautivador que se cree un mesías llevando su ‘civilización’ a los habitantes del pequeño pueblo de Jerónimo. Allí creará su propio ‘concepto’ de sociedad autofuficiente que culmina con la creación de un artefacto capaz de hacer hielo. Pero no será un camino fácil. En su contra, la religión, encarnada por el reverendo Spellgood (un fantástico Andre Gregory), que ve en el nuevo Jerónimo de Allie al ENEMIGO de su misión evangelizadora para con los nativos de la zona. Porque la única fe de Allie es su ciencia. Y es esa CIENCIA con la que pretende abrir los ojos a los nativos, erigiéndose como el único DIOS en el que estos deben creer. El enfrentamiento entre ambos hará saltar las chispas de un conflicto que no puede acabar bien para ninguno de los dos.
Harrison Ford se echa literalmente sobre los hombros La costa de los mosquitos con una interpretación magistral que le abrió el camino para que diferentes directores le dieran la oportunidad de demostrar su valía en nuevos registros interpretativos: desde la comedia en Armas de mujer (Mike Nichols, 1988), al thriller hithconiano en Frenético (Roman Polanski, 1988) pasando por la intriga judicial de Presunto inocente (Alan J. Pakula, 1990) o el drama de A propósito de Henry (Micke Nichols, 1991).
La costa de los mosquitos fue un fracaso en taquilla. El público aún no estaba preparado para ver a Ford encarnando un papel dramático. Un antihéroe. Pero el tiempo ha acabado poniéndola en su sitio, repito, gracias a su conversión literal en Allie Fox, a lo que también contribuyó la pericia de Ford como manitas y carpintero en la vida real, que ya había demostrado en la famosa secuencia del granero de Único testigo. En definitiva. La costa de los mosquitos es una JOYA ochentera con un Ford sublime que nadie debería perderse. Y que, además, nos permite disfrutar de un joven River Phoenix a quién apenas tres años después, Harrison Ford, que había entablado una relación de amistad, recomendó al mismísimo Steven Spielberg para que interpretase al joven Indiana Jones en la última cruzada (1989).