Imagina que un día estás en el trabajo y un becario te parte la cabeza con un portátil. Que al día siguiente, un compañero te clava repetidas veces un bolígrafo en el brazo. Que a partir de ese momento cualquier persona con la que te cruces va a intentar asesinarte. Que no eres el único que sufre semejante pesadilla. Que no hay dónde esconderse…
Eso es lo que le ocurre al protagonista de VINCENT DEBE MORIR, una película tan impactante como sorprendente que, a partir de esta brillante y original premisa logra mantenerte en vilo durante casi dos horas en espera de un respuesta que, obviamente, cuando llega es más una reflexión acerca del ser humano y nuestra innata naturaleza desquiciada que nos empuja a destruirnos unos a otros que un desenlace clásico donde todas las respuestas quedan respondidas.
Recordando a otras premisas brillantes y perturbadoras como El incidente (M. Night Shyamalan, 2008) o Cuando acecha la maldad (Demián Rugna, 2023), donde la gente comienza a suicidarse sin motivo aparente, VINCENT DEBE MORIR consigue lo que no éstas no consiguieron: ni desinflarse en su desarrollo ni decepcionar tremendamente en su desenlace.
Stéphan Castang debuta en la dirección de un largometraje contando como protagonista con un brillante Karim Leklou, perfecto en su papel de anodino diseñador gráfico que, de repente, se ve envuelto en una pesadilla que en ciertos aspectos recuerda a la vivida por Nicholas Cage en Dream scenario (Kristoffer Borgli, 2023) en la que un hombre se hace famososo cuando de la noche a la mañana toda la gente sueña con él… y posteriormente comienza a ser odiado sin que haya hecho absolutamente nada para merecerlo.
No hay mayor terror que ser víctima de la violencia sin causa que lo justifique. Porque no hay nada que podamos corregir en nuestro comportamiento. Porque no hay motivo. Porque es la violencia por la violencia. Tan aterradora como la de esos críos asesinando adultos en la imprescindible ¿Quién puede matar a un niño? (Narciso Ibáñez Serrador, 1977), tan real como la que vemos cada día en los informativos y que es una plaga que se extiende por todo el mundo desde que el hombre es hombre: la idea de acabar unos con otros y, por consiguiente, autodestruirnos.
VINCENT DEBE MORIR no es perfecta, pero sí un soplo de aire fresco que demuestra que en Europa, afortunadamente, aún se cocinan grandes ideas y, sobre todo, se apuesta por ellas sin necesitar revitalizar nuestra taquillas con remakes, reboots ni sagas interminables como hacen los yanquis. Unos yanquis que apuesto a que no tardarán en hacer su propia versión de esta gran película para, como ocurre en la mayoría de la ocasiones, destrozarla.