Hollywood lo ha vuelto a hacer.
De nuevo.
Ante la falta de nuevas ideas… o el miedo a atreverse a darles luz verde, porque haberlas haylas, como las meigas, retoma un clásico para, con la excusa de acercarlo a las nuevas generaciones en forma de continuación, reboot, remake o spin of, convertirlo en franquicia ante la jugosa posibilidad de ampliar su universo en todas direcciones.
Más películas, más mechandising, más dinero…
Más de lo mismo.
Porque lo que comienza como un claro y, aparentemente, sentido homenaje a una de la películas clave de la ciencia ficción, con originales y cuidadas variaciones de los elementos más recordados del original, se convierte en un batiburrillo de giros de guión de manual, eso sí, de mercadillo, que hacen que la trama pase de la existencialista premisa y lograda atmósfera a un folletín de simplista intriga criminal al más puro estilo “quién es quién” que podría haber parido cualquier autor del actual panorama de novela ¿negra? cuyas obras se convierten en best sellers tan rápidamente como se olvidan, con mecanismos de relojería que intentan imitar a los maestros suizos pero que no son más que burdas imitaciones, nuevamente, de mercadillo.
¿Recordáis Minority Report, adaptación de otra gran obra de Phillip K. Dick? ¿Recordáis su interesante premisa y lamentable desenlace tras, again and again, ese juego de “quién es quién” del último acto con falsos culpables y sorpresa final de “ah… que no era éste sino el otro”…? Pues vuelta Perico al torno. En el primer caso de la mano de un más que venido a menos Spielberg. Y en el que nos ocupa, de la de un sobrevalorado Villeneuve que, una vez más, se consagra como un maestro creando atmósferas… pero que, como en La llegada, es incapaz de rematar sus intenciones con un guión que, seguramente debido a las presiones de los productores, deriva hacia lo comercial, tan masticado como masticable, para camuflar un producto mainstream como película de autor.
Que tanto la productora como el mismo director, “inviten” a no desvelar nada de la trama como ocurrió hace años en casos tan dispares como Presunto inocente (“quién es quién”) o Deep Blue Sea (“quién muere y quién no”) y que regresará muy pronto con la nueva adaptación de Asesinato en el Orient Express, en el caso de Blade Runnner 2049 con la excusa de no privar a los futuros espectadores de la “experiencia”, os da un pista muy clara de lo que descubriréis cuando vayáis a verla. Algo que, pese a todo, recomiendo. La valentía del director de correr el riesgo de “mancillar” esa película que a tantos nos dejó con la boca abierta y que nos sabemos de memoria después de tantos años, con un respeto que su productor, Ridley Scott, se pasó por el forro con su vuelta al universo Alien, dos veces para más inri, es digno de admiración. Así como todas sus propuestas visuales. Magistral ambientación. Y perfectamente integrados homenajes al original. Lástima que el guión no esté a la altura. Y que salgas con la seguridad de que, como mínimo, habrá un Blade Runner 2050 que será un estremecedor cruce entre lo peor de Terminator, Mad Max e Hijos de los hombres. Con la amenaza más que real de tantas expansiones como las que se han puesto tanto de moda en los juegos de mesa.
Estoy más que cansado de tanta oda a los ochenta. Os lo aseguro. Porque lo que era un sentimiento se ha convertido en moneda de cambio. Y fuente de ingresos. La nostalgia ha dado paso a la ambición. Intentando juntar a generaciones de lo más dispares, los actuales chavales y aquéllos que les dieron la vida, en un único tipo de público.
Como replicantes.
A costa de la curiosidad de unos y las expectativas de otros.
Si no me creéis, leed Ready Player One y echad un ojo al tráiler de su adaptación cinematográfica que ha firmado ése gran director que, cosas de la vida, no sabe qué dirección tomar, llamado Steven Spielberg.
Una cosa tengo clara: va a ir a verla su prima.
Y la novela, quien la quiera, se la dejo a buen precio.
Querido Juan Lu, totalmente de acuerdo y eso que ni la he visto, pero mis repetidos esfuerzos por ver remakes, me llevan a tu misma conclusión. La nostalgia, más que ambición empieza ser más bien frustración ante la lejana edad de oro de las ideas.
Buen blog, compi.