La creatividad y el talento son como un cerdo listo para el consumo que se va despiezando poco a poco.

Solo así se explica la debacle artística de Ridely Scott, confirmando, película tras película, que una vez agotadas sus reservas de jamón ibérico (Los duelistas, Alien, Blade Runner), buen salchichón (Black Rain, Gladiator)  y mejor chorizo (Thealma y Louise, Black Hawk Dawn), lleva años tirando de una pobre mortadela (La teniente O’Neil, Los impostores, El reino de los cielos, Hannibal, Un buen año, Prometheus), incluso con aceituna para disimular (1492 La conquista del paraíso, El consejero, Red de mentiras), que también está a punto de agotarse. Porque Alien Covenant es un triste refrito del jamón de bellota original, con ideas visuales prestadas de lo peor de la saga que dan vergüenza ajena, un par de giros que pretenden sorprender pero son de lo más previsibles, y la demostración de una obsesión enfermiza de Scott por Michael Fassbender (como antes lo fue Russell Crowe) que está haciendo un flaco favor al actor, permitiendo ser atrapado en las redes del cineasta inglés que, además, le disfraza para la ocasión como uno de sus más recientes (y olvidables) personajes, Cal Lynch / Aguilar en Assasin’s Creed.

No hay mayor error que tratar de explicar el origen de lo que no necesita ser explicado. Porque rompe el encanto. El miedo a lo desconocido. Y, como en la demostración de cómo funciona un truco de magia, acaba decepcionando. Da igual cómo lo hagas. Cómo lo disfraces. Lo supuestamente brillantes que sean tus ideas. Porque acabarán naufragando. Y Ridley Scott, secundado por sus guionistas, no iban a ser menos. La deriva que toma su intento por explicar cómo, cuándo y por qué surge el temido xenomorfo es lamentable. Y no porque la idea sea del todo mala. Ésa es la mayor contradicción. Porque no lo es de forma aislada. Pero sí para Alien. Sí para el octavo pasajero. Sí para aquél que va a hacerte gritar en el espacio sin que nadie pueda oírte. Y aquí volvemos al cerdo. Porque en lugar de sacrificar uno nuevo donde acabó Alien Resurrección y ofrecernos buen jamón que continué la historia, se sigue volviendo al pasado con precuelas de mortadela que insisten en rascar el original. Del que hace años que no queda nada que rascar. O nadie que sepa cómo rascarlo. Inventando elementos que justifiquen lo que pasó en lugar de centrarse en sus consecuencias y a partir de ahí tirar del hilo. Por eso el final de Alien Covenant es abierto, para seguir divagando. Y continuar poniendo parches a las continuas contradicciones que genera cada nuevo argumento. Viajando al pasado puedes justificarlas todas. Y no creo ser el primero, ni el único, que piense que en la vida hay que mirar siempre hacia delante.

Aun así, hay algo que no podrán justificar nunca y que es otro elemento más que da al traste con esta estúpida franquicia en sentido inverso. Y es explicar el motivo por el que la tecnología avanza hacia el pasado. Por qué las naves Covenant o Prometheus son más avanzadas que la Nostromo o la Sulaco. Así como los equipos que manejan sus protagonistas. Esa es la gran cagada. Crear un mundo, un universo… Y no respetarlo. Por eso, en Blade Runner 2049 han preferido ir hacia delante. Que Dennis Villeneuve no la haya cagado igualmente, todavía está por ver…

En todas las profesiones habidas y por haber, los profesionales se jubilan al alcanzar cierta edad. No se trata solo de un premio a tantos años de esfuerzo. Si no a que llegado un momento, la mente, el cuerpo, las ganas… ya no dan más de sí. Pero los artistas no. No solo se niegan, sino que pretenden continuar trabajando al mismo ritmo. Cuando ya no queda cerdo que rascar (como Chuck Palahniuk). Dan lo mejor en el inicio de sus carreras (como Stephen King). Todo lo que llevan dentro (como Springsteen). Inquietudes (como Hornby), miedos (como Shyamalan), obsesiones (como Auster)… La esencia (como Moby). Que se va vaciando gota a gota en cada nueva obra. Y cuanto menos tiempo transcurra entre una y otra, antes acabará agotándose. Porque de “necesito contar esta historia” se pasa al “¿y qué historia cuento ahora?”.

Ya lo decía Bukowski:

“A no ser que el sol dentro de ti

esté quemando tus tripas, no lo hagas.

Cuando sea verdaderamente el momento,

y si has sido elegido,

sucederá por sí solo y

seguirá sucediendo hasta que mueras

o hasta que muera en ti.

No hay otro camino.

Y nunca lo hubo”.

Ése fuego hace tiempo que murió en Ridley Scott. Igual que en Spielberg. Zemeckis. Cameron. Sodergergh. De Palma. Tarantino. Coppola. Peter Jackson. Oliver Stone. Allen. Nolan.  Y tantos otros.

A otros se los llevó la  muerte antes de que se les apagara.

Como Kubrick.

Cimino.

Frankenheimer.

Altman.

Nichols.

Pero los hay que siguen resistiendo.

Como Scorsese.

Fincher.

O Eastwood.

Mann, Weir y Malick lo intentan a trancas y barrancas.

O…

Joder, qué pocos quedan.