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No entiendo…

No entiendo a los que no responden a tus buenos días… o lo hacen susurrando al cuello de sus camisas..

A los que te han visto llegando tras ellos y te cierran la puerta en las narices.

Ni a quienes, después de despedirte con un sonoro «hasta mañana»… se callan como putas.

Son los que se hacen los sordos los que deberían sufrir sordera…

Permanente.

No entiendo a quienes no tiran de la cadena del váter, no limpian lo que salpican (a todos nos puede fallar la puntería) o, en lugar de lavarse los piños, parece que han sacudido sus babas frente al espejo como un San Bernardo.

Y no, no sucede en los baños de un bar, la estación de tren o la gasolinera…

Eso lo hace más inquietante… porque los ves todos los días.

No entiendo a quienes no te miran a los ojos cuando te hablan… si no a tu frente. Como si quisieran que pienses :»Coño, ¿tendré caspa?».

A quienes te llaman a gritos para que seas tú quien se levante…

Y son capaces de mantener una conversación con una columna de por medio.

Saluda cuando llegues, despídete cuando te vayas, da las gracias, deja pasar primero, ponte a la derecha, no interrumpas, deja que termine y luego habla tú…

La de veces que me lo repitieron mis padres…

No te olvides de tirar de la cadena.

Hasta la saciedad.

Ni de lavarte las manos.

Pero había una lección en especial…

Pídelo por favor.

Que ha olvidado demasiada gente. Y eso tampoco lo entiendo.

No sé, son cosas que me salen automáticamente. Como respirar. A veces sin darme cuenta. Como un parpadeo. Y sucede que, un segundo después, caigo en la cuenta y pienso:

¿Por qué coño le he dado las gracias?

Si ha sido él quién me ha pedido fuego y yo quién se lo ha dado.

Es entonces cuando me pregunto si mis padres no se pasaron tres pueblos con tanto «haz esto» «haz esto otro». Con tanto protocolo de educación, modales y saber estar, de agradar y comportarte…

«Más vale que sobre que no que falte», suele decir mi madre.

Y doy gracias a mis padres por haber sido tan pesados.

Porque prefiero seguir siendo lo que soy.

Lo que me enseñaron a ser.

Aunque sea dando las gracias cuando no viene a cuento.

Y sea yo el «incomprendido».

 

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