La trampa y el cartón.
David Fincher, que no me la pegas…
El engaño y la manipulación.
Casi caigo, Fincher… Pero NO.
Lo que para algunos es ya una obra maestra del cine de suspense no es más que una acumulación de trucos con más giros argumentales que un viaje combinado de Noria, Pulpo y Tren de la Bruja para que, mareado de tanto vaivén, no te enteres de que te la están colando.
Y así, lo que empieza siendo la historia de un falso culpable (que quizá no lo sea tanto), se convierte en la de una hija de puta (hasta más no poder)… para acabar como una de psicópatas sangrientos con, además, pretensiones de crítica a los medios de comunicación… y a las clases acomodadas de la sociedad. Casi nada.
El guión de Perdida, adaptado para la gran pantalla por la autora de la novela de mismo título, Gillian Flynn, quien lamentablemente no tiene el oficio de William Goldman pero sí el (dudoso) honor de haber desbancado con su obra a 50 sombras de Grey del número uno de las listas de los más vendidos, es pasto de esos telefilmes de después de comer que tan buenas siestas nos proporcionan. Y Fincher, que es muy listo, la coge, la filma con su pericia audiovisual (qué coño, para eso es director de cine) y la dota, gracias a la fotografía, la música y la buena interpretación de sus actores, de esa “atmósfera” marca de la casa para que, hechizado por su aire enfermizo, te comas con patatas una serie de giros y mecanismos calculados milimétricamente, de libro, de manual para escritores… De mierda. Porque que un mecanismo funcione no lo convierte en excepcional. También funciona un ventilador… pero no vamos a dar el Nobel a su inventor. Que ya existía antes el abanico… o que te soplen en la cara.
De modo que la trama va creciendo y girando para que en el último tramo, tan ansioso por sorprender una vez más (como si no hubiéramos tenido suficiente), se suceden una serie de NO FALLOS. Sino REMIENDOS. Porque están hechos a propósito. Y pillados con alfileres. Con una coartada criminal que gira entorno a un sistema de cámaras de seguridad de un casoplón que no habría engañado ni al Superagente 86. Por no hablar de la transformación física de un personaje al más puro estilo “sin gafas soy Superman pero con ellas me convierto en Clark Kent”.
El mérito de Fincher es envolver todo eso en un papel de regalo de puta madre. Pero lo que hay dentro no deja de ser de lo más convencional.
No me lo puedo creer… ¿El gran David Fincher?
Pues sí, Fincher el grande.
El mismo de las grandes Seven, El club de la lucha, Zodiac o La red social. Pero también, y no lo olvidemos nunca, de Alien 3 (que podría haber sido un videoclip extendido de Mónica Naranjo), La habitación del pánico (o mira lo que sé hacer con la cámara), El curioso caso de Benjamin Button (con esa sí que te pegas unas siestas de puta madre), The girl with the dragon tattoo (¿a quién se le ocurrió darle dinero para adaptar una novela de éxito… que ya había sido adaptada… dos años antes?) y, sobre todo, The game, otro ejercicio de distracción donde las casualidades eran protagonistas de un sindiós en el que todos nos preguntamos qué habría pasado si a Michael Douglas le hubiera dado por saltar desde otro punto de la azotea…
Claro, que son cosas en las que piensas si te haces preguntas…
Como otras tantas…
Y esto, al fin y al cabo, sólo es una película…
¿No?