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Terremoto en Náufragos

“Hacía un par de minutos que acabábamos de echar un polvo. Los suficientes para ir al baño, quitarme el preservativo, echar un meo, lavarme las manos y acostarme de nuevo junto a ella. Aún sudando. Todavía empalmado. Las sábanas húmedas. La almohada empapada…

Y el colchón mojado.

Cerré los ojos, acompasando mi respiración a la suya. Descansando…

Y entonces, empezó. Lejano y vibrante. Como un eco soñado. Un zumbido grave. Un susurro gigante. Que se iba acercando…

Parpadeé desorientado.

Ese rumor extraño… Parecían explosiones. Fue lo primero que pensé: nos están bombardeando.

La oscuridad lo hacía todo aún más confuso.

Hasta que el eco alcanzó los cimientos. El zumbido se hizo espeso. Y el susurro se convirtió en grito. Que clamaba al techo.

El suelo empezó a moverse. Las paredes, a crujir. Y a temblar el resto…

Eva despertó con un escalofrío y un salto. Lo primero que salió de su boca:

– ¿Dónde están mis bragas?

Mentiría si dijese que todo fue muy rápido. Al menos para mí. Porque aquel minuto lo viví a dos velocidades. Por un lado, la frenética actividad de Eva en busca de su ropa, sus frases inconexas, miedo y angustia in crescendo mientras el televisor caía al suelo, una cortina se descolgaba, la cama sufría un ataque de epilepsia, rechinar de cristales, líquidos derramados y todo tipo de objetos lloviendo en la terraza, el dormitorio, la cocina, el cuarto de baño…

Y por otra parte, la pasmosa tranquilidad con que mi mente y mi cuerpo reaccionaban ante semejante evento. Como si yo fuera más rápido que el propio terremoto. Y más listo. Tanto como para no sucumbir al pánico, consciente de que si el techo se nos tenía que caer encima, se nos caería. Y si la tierra debía abrirse….

Nos tragaría.

Fue esa sensación lo que guió mis pasos mientras Isla Perpetua se meneaba, hasta que cogí a Eva de la mano y salimos juntos de la Casa Zen.

Entonces me di cuenta, no solo de que estaba vestido y con las llaves en el bolsillo, sino de que en una mano llevaba el móvil y en la otra el walkie talkie.

Eran las dos de la madrugada del jueves uno de Junio.

Y lo primero que salió de mi boca fue:

– ¡Coño, los muñecos!”

***

“El director y el productor ejecutivo supieron enseguida gracias al Centro de Observación Geológica de Estados Unidos, que habíamos sido víctimas de un terremoto de siete con cuatro grados en la escala de Richter, con su epicentro a unos treinta kilómetros al este de Isla Perpetua, a una profundidad de doce mil metros y, lo más importante, que el Centro de Alerta de Tsunamis del Pacífico había activado la Alerta de Vigilancia por la posibilidad de tsunami en un área de ciento veinte kilómetros de radio.

A las dos y cuarto de la madrugada, apenas quince minutos después del seísmo, el helicóptero militar que utilizábamos para los desplazamientos del equipo, un Mi – 8 HIP soviético con capacidad para transportar hasta veinticuatro soldados, despegó del aeródromo EMMANUEL TUCKER de Isla Perpetua con la autorización de Olga, su gerente y, además de la tripulación, ocho pasajeros en su interior: Martín, el director, y su esposa Yolanda; Goyo, el subdirector de retos; Jacinto, el realizador, y sus tres ayudantes, Sandra, Ybarra y Rubén; e Isa, la psicóloga. Su destino: Panamá.

Pero esto no lo supe hasta unas semanas después. Porque esa noche…”

(Fragmento de ISLA PERPETUA, una novela del menda lerenda)

 

 

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