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BEBER EN NÁUFRAGOS

“Subdirigía el programa. Y solo bebía agua cuando me lavaba los dientes: eso sí, mineral y embotellada.

El resto del día, salvo algún esporádico fresco, me “hidrataba” a base de café, cerveza y ron con coca – cola. Y si salía a comer o cenar también caía alguna botella de vino. Pero lo mejor de todo es lo difícil que resultaba emborracharse. Algunos dicen que se debe a que te pasas el día sudando. Pero las razones me importan un carajo. Porque me emborrachara o no, y algunas castañas sí agarré, la realidad es que bebía todo el día. Sin importar la hora. Porque no tenía horarios. Y me ayudaba a mantenerme despierto. Sobre todo en los tiempos muertos. A media mañana, mientras esperaba la reunión de la una. Por la tarde, aguardando la de las seis. Y sobre todo por las noches, cuando éstas se alargaban hasta la madrugada para avisarte que la ristra estaba terminada y había que aprobarla. Beber era lo único que me salvaba de no caer en un sueño profundo del que no me habría despertado ni el mismísimo terremoto. Así cuatro meses. De lunes de domingo. Durmiendo una media de cuatro horas diarias. Siempre con teléfono y walkie encendidos. Pendiente de que alguien llame al primero o te nombre en el segundo. Es como estar conectado a la radio de la policía las veinticuatro horas del día, escuchando conversaciones de todo tipo: taller con producción de retos, éstos con atrezo, atrezo con oficina… y en cualquiera de ellas puede surgir un:

– ¡Josele para Mengano!

O, simplemente:

– ¡Dirección para Fulano!

En el primer caso, respondías. Y en el segundo esperabas que lo hiciera Martín, el director. Si al tercer aviso no contestaba, te hacías cargo. Y era experto en escurrir el bulto. Cuestión de salud mental. Y lo entiendo. Apagaba el walkie para descansar. Eso sí, a mi costa.

– Esta noche (o esta tarde) apaga el walkie– me dijo en infinidad de ocasiones-. Que ya me quedo yo de guardia.

La primera vez no lo hice porque se me olvidó. Recuerdo que estaba tumbado en el sofá, con la tele encendida y yo cayendo rendido con los diálogos doblados en mejicano de Supersalidos de fondo. Y entonces…

– Dirección para Tomás.

No hubo respuesta.

– Dirección para Tomás.

Silencio.

– Dirección para Tomás.

Nada.

– Dímelo, Tomás- respondí.

Salvo en una ocasión nunca apagué el walkie de los cojones.

– He llamado a Martín, pero no me lo coge- tuve que escuchar decenas de veces de boca de Pep, agobiado al otro lado del charco.

Tampoco el móvil. Y aún así, Martín seguía erre que erre:

– Tú apaga el walkie y el móvil, que ya me quedo yo de guardia…

Entonces, me iba a casa y me tomaba un peloti a su salud. No sólo para mantenerme despierto. Si no para relajarme… e inhibir los imperiosos deseos de abrirle a cabeza a hostias”.

(Fragmento de ISLA PERPETUA, una novela del menda lerenda. Si quieres saber cómo se hace SUPERVIVIENTES, no te pierdas es making of)

 

 

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