Este curso he visitado, en toda España, casi 200 centros de Enseñanza Secundaria y Bachillerato con alguna de mis novelas. Casi 200 institutos de toda clase y condición -públicos, concertados, privados- donde me he encontrado, en un altísimo porcentaje, con muchos colegas docentes que se dejan la piel para fomentar la pasión lectora entre su alumnado. Docentes que no sólo organizan el encuentro con el autor del libro que han leído -en este caso, quien firma estas líneas-, sino que también inventan, proponen y seducen a sus estudiantes con un sinfín de actividades que alimentan su creatividad y su inquietud intelectual.
Docentes que han resistido en un curso lleno de vaivenes, de dudas, de desinformación. Docentes que siguen poniéndole ganas a su trabajo a pesar de los continuos recortes y del constante deterioro de sus condiciones de trabajo. Docentes que este año han dado clase en 4º ESO y en 2ºBachillerato sin saber hasta el último minuto cómo se iba a titular o cuál sería el modelo de la nueva -que, al final, resultó ser muy vieja- Selectividad. Docentes que tienen que soportar que les digan que hagan abanicos de papel mientras sus grupos se cuecen en sus aulas. Docentes que aguantan que todo el mundo hable de su trabajo y proponga recetas mágicas a pesar de no estar, como están ellos, a pie de aula. Docentes que tienen que apretar los dientes ante el buenismo mediático, la demagogia de ciertos gurús y tuitstars -otrora educadores- y que, al final, son los que menos hablan de educación porque, al parecer, a nadie le interesa la realidad que nos puedan contar. Esa realidad hecha de menores en riesgo de exclusión, de vidas complejas, de necesidades de apoyos y refuerzos que nunca llegan, de ganas de dar salidas y futuro a quienes a veces tan sólo se llega a intuir gracias a las cifras -en continuo ascenso- de alumnos por grupo -y de grupos por profesor- en nuestros institutos.
Y mientras la realidad educativa no sea visible, mientras sigamos en esa mezcla imposible entre la utopía bienintencionada (o cuñadismo coelhiano) y la crónica de sucesos (cómo les gusta jalear la carnaza a ciertos medios), mientras creamos que todos somos expertos en educación y tenemos la respuesta adecuada, mientras no dejemos que los docentes hablen, seguiremos en esta tierra de nadie, avanzando a trompicones por una situación que nos supera y que hace tiempo que a todos -alumnos, familias, profesorado- nos tiene desbordados.
Por eso, ahora que acaba el curso, quiero compartir estas líneas a modo de sincera ovación de elogio -y de apoyo- a todas esas compañeras, a todos esos compañeros que siguen peleando para sacar adelante a una adolescencia en la que creen y a la que animan, por la que luchan aunque los medios sean cada vez menores y los obstáculos, más injustos. Cerrar este curso en Comunidades como la madrileña con la amenaza de acabar las clases en julio es otro de esos despropósitos con los que “se premia” un trabajo que, definitivamente, no goza ni del reconocimiento ni del respeto que se merece.
De momento, pese a todo, los docentes resisten. Resistimos. Será que la pasión por enseñar es más fuerte que todas las dificultades en el camino, aunque a veces -en años tan erráticos como éste- me pregunto si esa fortaleza tendrá algún límite. Y por nuestros más jóvenes, por todos esos adolescentes que están en nuestras aulas, prefiero creer que no.
Feliz verano, compañeros. Y gracias.
Por todo.
Gracias por darnos voz y ayudarnos a seguir.Lo peor que tiene esta profesión es la vocación,hace que te tapes la nariz y sigas adelante.La soledad del docente es esa.
Feliz y merecido descanso estival.
Gracias a ti por seguir luchando. Abrazo enorme, compañera