Acaba un año más la Feria del Libro y, tras haber pasado allí tres días de firmas, supongo que ahora debería escribir sobre las aglomeraciones ante los youtubers, o sobre la caza y captura de tal o cual famoso, o sobre cómo un acto literario se ha transformado en un evento mediático. Pero, sinceramente, hoy no me apetece hablar de de eso. Aun siendo verdad, no tiene relación alguna con la verdadera esencia de una Feria que, este año, he disfrutado más que nunca. Quizá porque he acudido sin demasiadas expectativas, o porque me he permitido disfrutarlo como un emotivo reencuentro con amigos de todas las épocas de mi vida -algo que me hace sentir profundamente afortunado-, o porque -sin casi darme cuenta- me he ido rodeando de un grupo de agradecidos lectores, mucho más amplio de lo que imaginaba y que, además, acuden a la caseta no sólo para pedirme una firma -eso es lo de menos-, sino para regalarme su tiempo y hacerme partícipe de lo que han sentido con alguno de mis libros.
Lectores que, además de llevarse un ejemplar firmado, han dejado este año en mi caseta regalos inesperados y emocionantes. Libros que me recomendaban y hasta me compraban en casetas próximas. Dibujos y fotografías que relacionaban con los temas de algunas de mis novelas y que ahora guardo en mi escritorio. Chocolates con los que hacer más llevadera -y dulce- la mañana. O cuadernos tuneados e ilustrados para que empiece en ellos mis próxima historia, pues habían leído en alguna entrevista que empezar cada nuevo libro en un cuaderno es una de mis más (muchas) manías . Incluso hubo quien, inspirado por la redacción a máquina de Marcos en La edad de la ira, me compuso un poema que tecleó en su propia máquina de escribir, tras rescatarla de alguno de esos trasteros donde ocultamos el paso del tiempo.
Lectores que, de repente, te piden un abrazo o que se emocionan cuando recuerdan por qué llegaron a tu novela y cómo les ayudó en un determinado momento de su vida. Lectores que, te cuentan, te buscan de año en año y a quienes ya empiezo a conocer porque sé que, cada Feria, nos encontramos de nuevo gracias a los libros. Historias que nacen de historias y que, a veces, hasta acaban convirtiéndose en una amistad. Lectores que vienen de ciudades más o menos lejanas y que se reservan un hueco en su paseo por una Feria gigantesca y multitudinaria para visitarte, hacerse una foto contigo y darte ánimos para que no dejes de escribir.
Y entre todos ellos, con su permiso, me quedo con esos adolescentes que son, y ellos lo saben, mi mayor orgullo. Porque me emociona verlos en la fila esperando una firma de mis novelas, ya sea o no juvenil, y me alegra ver a lectores de 16 o 17 años llevándose consigo un ejemplar de Cuando todo era fácil, demostrando que la literatura -y eso nunca me cansaré de repetirlo- no tiene edad. O cómo agotaron -sí, los agotaron: yo tampoco me lo podía creer- los ejemplares de #malditos16 en la caseta del Ministerio de Cultura, dejando claro que también les interesa el teatro, siempre que el teatro no los olvide y les hable a los ojos, sin condescendencia. Adolescentes que vienen a verme con sus amigos, con sus hermanos o con sus padres y que, a menudo, me han conocido en alguno de los institutos donde voy llamado por sus profesores. Y pensar que, tras haberse aproximado a mí desde sus lecturas obligatorias, ahora deciden regresar como lectura libre y voluntaria es, seguramente, el mayor premio que jamás podrían darme. El que más feliz me hace.
Mi historia en la Feria no es la de los autores que aparecerán mañana entre los títulos más vendidos. Ni la de los que tienen vallas de contención alrededor de la caseta para evitar el alud de fans. Mi historia es la de alguien que -y eso ya me parece milagroso- vive de la literatura, de cada historia que inventa y de cada escena que imagina, alguien que tras haber compartido dos semanas de Feria con sus lectores siente un profundo agradecimiento por el cariño recibido. Tanto que, a pesar de los obstáculos, piensa seguir escribiendo y dejándose la piel en cada página. Aunque sólo sea para tener excusas con que volver a vernos, bajo la cómplice mirada del Retiro, el año que viene.
No sabes cuánto me alegra leer esta visión de la Feria. Porque la comparto. Un abrazo y buena escritura.