Hay temas tan universales como inagotables. La familia, sin duda, es uno de ellos. Porque, como sucede en los recurrentes diálogos de Cuando deje de llover, todos guardamos un sinfín de lugares comunes que repetimos sin ser conscientes de que, en el otro extremo del mundo, alguien los andará diciendo también. Frases y situaciones que vivimos como si fueran únicas cuando no son más que parte del oscuro y humano engranaje de nuestras pasiones, debilidades y fantasmas. Leit-motivs que podemos usar como improvisados ingredientes de una cena de reconciliación o de culpa, un instante en el que habremos de elegir entre la palabra o el silencio, un segundo que, sin que nos demos cuenta, puede que lo decida todo.
De estructura fragmentaria y juguetona, la pieza de Andrew Bovell (muy bien traducida por Jorge Muriel) no se aferra al contexto, algo que sí hacen otros textos notables de disección generacional como Three winters, de Tena Stivicic, sino a las emociones, así que referencias como la de los tanques entrando en Praga es más una metáfora que un hito histórico. Símbolo reconstruido desde el horror (íntimo) del personaje que siente cómo esos tanques son los mismos que han derrumbado su existencia dejando caer una cartera -y una certeza- sobre el suelo. Todo cuanto sucede fuera nos importa porque resuena dentro, aunque sepamos que las montañas que escalan son emocionales y la lluvia que resuena, apocalíptico signo del ruido que nos aleja y sustituye al diálogo que debiera acercarnos.
Un texto así requiere una dirección tan impecable como la que nos regala Julián Fuentes Reta, capaz de dibujar la acción con la sutileza necesaria como para que los sentimientos exploten en el espectador antes, casi, que en los personajes, forzando el análisis sin conformarse con la empatía y proponiendo una puesta en escena vibrante, desnuda y verdadera. Un ejercicio poético al que contribuyen con acierto la escenografía de Iván Arroyo y la iluminación de Jesús Almendro, y que permite a los actores entregarnos un puñado de actuaciones memorables sin un solo histrionismo. Jorge Muriel, Pilar Gómez, Consuelo Trujillo, Pepe Ocio, Susi Sánchez, Ángela Villar, Felipe G. Vélez, Ángel Savín y Borja Maestre, todos exactos y precisos en sus composiciones, todos miembros de un protagonista multicéfalo donde cada pieza añade un rastro de lo que somos y, a menudo, nos negamos a ver. Un reparto magníficamente sincronizado y donde todo suma, escena tras escena, porque si algo hay de hermoso en la propuesta escénica es su sentimiento francamente coral, de modo que la coreografía de miserias del texto se vuelve vida con idéntica precisión ante nuestros ojos.
Resulta imposible salir del patio de butacas sin llevarse dentro alguna que otra frase, más de una escena -ese brutal y lírico instante de antropofagia fúnebre…- o sin tener la sensación de haber visto uno de los montajes más emocionantes y honestos en mucho tiempo. Hacía años que una obra no me calaba tanto y tan hondo… Será la lluvia. Supongo.
Por favor, me podéis decir donde se va a representar a partir del 1 de diciembre??