He tardado en escribir esta reseña más tiempo del habitual. Y no ha sido la pereza. Ni la falta de tiempo. Ni los nuevos proyectos en los que ando metido… No. En este caso la tardanza se ha debido a algo que no me sucede a menudo: la intensidad. Intensidad en todos y cada uno de los textos que aparecen recogidos en El armario de acero, una antología de relatos y poemas de autores rusos contemporáneos en los que se mira no solo la durísima realidad LGTB en un país como Rusia sino, ante todo, la desnudez de las emociones en un tiempo como el nuestro.
Esperaba encontrar voces que me sorprendieran, sí, porque tengo la suerte de conocer a sus editores y hasta de andar conspirando con ellos futuros proyectos, pero la lectura ha desbordado mis expectativas, dejándome con ganas de más, asomándome a un mundo de palabras y vivencias que, más allá de las coordenadas geográficas, me resultan inminentes y reconocibles.
La búsqueda, la soledad, la incomunicación, el miedo y -por qué no- hasta la felicidad son algunos de los (universales) temas que recorren estas páginas. ¿Literatura gay? Podemos adjetivarla así si deseamos -por algún maquiavélico afán- empobrecer su evidente riqueza, pero estamos ante textos de personajes con experiencias homosexuales que forman parte de algo tan sencillo y amplio como la -con mayúsculas- Literatura. Nada más. Textos que cualquiera que tenga la valentía de asomarse al vértigo que provoca diseccionar las emociones podrá -y debería- disfrutar. Textos como los absorbentes relatos de Margarita Meklina, como la intimidad cotidiana de Ilya Ilyn (hipnótico su Slava), como el desgarro crítico de Dmitry Kuzmin (cómo no verse en los pliegues de sábanas y recuerdos que traza su sintético Linor) o como la habilidad en el juego del dardo y la paráfrasis de Alexsander Anasevic …
Gracias a Alberto Rodríguez y Gonzalo Izquierdo por armar el engranaje de este título fundacional de una editorial –Dos Bigotes– que demuestra, por fin, algo que jamás se había hecho en nuestro país: cómo es posible presentar títulos con personajes y mundos LGTB que, a la vez de comprometidos, sean universales. Cómo la calidad literaria no admite etiquetas y solo hay historias que emocionan e interpelan o historias que agotan y distancian.
En estos tiempos de apuesta “literaria” por el best-seller, el buenrollismo anti-crisis, las recetas masterchefiarias o las memorias presidenciales, reconforta poder refugiarse en editores que buscan otras voces y nos abren la puerta de otras realidades tan alejadas y, a la vez, tan próximas como las que forman parte de este mosaico de experiencias que es El armario de acero. Un libro que no admite distancia ni indiferencia, porque cada voz y cada autor incluidos en él es un hallazgo. Y cada línea y cada verso, un retazo de vida que, aun siendo suya, sabemos también nuestra.
No dejen de leerlo. Se lo agradecerán…