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Nueva literatura juvenil: el ‘realismo flexible’

El fomento de la lectura es siempre un reto. Más allá de soportes, de nuevas tecnologías o de posibles formatos enriquecidos, la labor de transmitir la pasión por los libros a los más jóvenes es una responsabilidad compartida por autores, editoriales, familias y docentes.

En mi caso, como autor de novela juvenil en Alfaguara y profesor de Literatura en un instituto, me enfrento a ese desafío en ambas vertientes. Y en las dos observo que, a pesar de nuestra obsesión por plantear el debate desde los formatos (¿e-book o papel?), el motivo que lleva a los lectores a aproximarse a una obra apenas ha variado: todo depende de la capacidad de la historia para atraparlos en ese mundo de ficción que ha de interpelarlos emocional e intelectualmente.

Durante estos años, en mis charlas como autor y en mis clases como profesor, he aprendido que en nuestros jóvenes hay un lector potencial al que a menudo desperdiciamos a causa de una errónea elección de las llamadas “lecturas obligatorias”. Olvidamos que sus hábitos de lectura han cambiado debido a factores como la influencia del hipertexto en internet o de los microformatos 2.0 (Twitter, Facebook, Instagram…). Los jóvenes lectores exigen un ritmo mucho menos pausado y más telegráfico, pues su capacidad de atención se ve limitada a un tiempo restringido y sediento de acción. No se trata, ni mucho menos, de resignarse a la impaciencia adolescente, sino de encauzar su pasión lectora desde formas y estructuras afines a su visión del mundo, de modo que, una vez que les hayamos demostrado que los libros son adictivos, podamos prepararles para saltar esa barrera y aproximarse a otro tipo de obras y de ritmos.

A cambio, frente a la exigencia de lo inmediato y la lectura fragmentaria e incluso simultánea, los lectores más jóvenes carecen de las etiquetas y prejuicios de generaciones anteriores. La presencia de lo virtual en sus vidas –donde su yo es la suma de las identidades y nicks que poseen en cada uno de los foros donde interactúan- les hace concebir la realidad como un terreno mucho más resbaladizo donde todo, desde el punto de vista de la ficción, tiene cabida. Su acercamiento a la literatura es libre y polisémico, en tanto que las etiquetas desaparecen en una atmósfera donde lo único que importa es la verosimilitud, es decir, la coherencia y la cohesión del mundo creado por el autor.

Tampoco pienso que el camino de la novela juvenil sea el bienintencionado moralismo –los jóvenes rehúyen los textos en los que se aborda de forma obvia tal o cual problema de pretendida actualidad- ni la infantilización de la realidad –en novelas donde se plantean contextos depurados y políticamente correctos-, sino que nuestros adolescentes buscan textos que les permitan obtener un reflejo mucho más próximo de sí mismos: una visión exenta de paternalismo y en la que tenga cabida la heterogenidad de su generación.

Ahora mismo, mientras escribo mi nueva novela para Alfaguara Juvenil, me hallo en esa excitante encrucijada. Buscando las palabras para construir una historia que enganche a los futuros lectores y preguntándome qué herramientas debo preparar para que mis compañeros docentes hagan con facilidad ese viaje con sus alumnos. Un trayecto que, ya sea en la pantalla de un e-book o en las páginas de un libro tradicional, solo tiene un camino: el de nuestra imaginación.

Artículo publicado en la revista ‘Educación 3.0’, nº14.

 
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