Supongo que este año, como los dos anteriores, me tocará pasar unas horas en la Feria del Libro. A priori, parece una buena experiencia: un rato en el que hablar con los lectores, compartir con ellos sus impresiones sobre nuestros textos y firmar los ejemplares que quieran llevarse consigo. Además, por lo que a mí respecta, estoy a favor de encontrar el mayor número posible de vías de colaboración entre autores-editores-libreros, de modo que consigamos que el mundo del libro sobrelleve con cierta dignidad esta crisis que amenaza con llevarse consigo el mundo cultural.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, esa Feria del Libro se ha convertido, en realidad, en un evento caza-autógrafos, donde lo de menos son los libros y lo demás, los famosos, famosuelos o simplemente famosillos, que llenan las distintas casetas. Así que, de repente, puedes encontrarte firmando tu última novela con tal o cual concursante de cierto reality, o con su presentador/a, o con cualquier rostro de esos que llenan portadas de revistas y que ahora se pasean, con la misma ligereza, por las cubiertas de ciertas novelas, libros de no ficción o cualquier otro formato similar a un libro que, me temo, no llega a ganarse ese nombre.
Entretanto, el autor -quienes de verdad lo son y quienes simplemente aspiramos a serlo- seguimos sentados en nuestros puestos, detrás de esos libros, sabiéndonos mirados por todos los que pasan ante nosotros, en una suerte de zoo literario que, en ocasiones, resulta algo violento para quien espera el acercamiento del próximo lector. En mi caso, no me puedo quejar de mis anteriores experiencias, pero no tengo muy claro que este sistema tenga algún sentido en pleno siglo XXI ni que sirva, en el fondo, para lo que todos deberíamos buscar: fomentar la lectura y reactivar un mercado editorial que, quizá, también se ahogue porque no es capaz de apostar -en ciertos casos, que de todo hay- más que por lo obvio.
En breve, cuando las editoriales con quienes firmo este año me lo confirmen, comunicaré aquí las fechas en las que andaré por la Feria. Pero no dejaré de ir con la sensación de estar formando parte de algo que creo que no acaba de ser lo que debería ser, algo que no tengo muy claro que ayude a reflotar el mundo del libro, algo donde esos libros han dejado de ser protagonistas para ceder su lugar a la foto en el móvil con tal o cual celebrity -venida a menos o venida a más, eso no importa- con la que posar tras haber comprado un ejemplar de algo que nunca leeremos o que, por salud mental, sabemos que nunca deberíamos leer.
Sabian que la feria del libro de miami le prohibio a escritores propios exponer sus libros de en dicba feriz?.
Siempre que voy a la feria del libro voy con espectativas de que algo me sorprenda, quizás peco de ingenuo, pensando que pueda encontrar el libro que mi estado de ánimo necesita, o encontrar al azar la caseta donde en ese preciso instante esta firmando alguno de mis autores fetiche. Lo que siempre me encuentro es la aglomeración del metro en hora punta que hace insufrible el avanzar por los pasillos de casetas con niños pequeños, sin contar con el irrefrenable picor de ojos y nariz ocasionado por la primavera. Con lo cual acabas jurando volver al año siguiente en día de diario. Pero no lo cumples…
Para luego encima ver solo al famosillo de turno en las casetas… Quizás, la culpa de que se torne en un circo primaveral sea de las editoriales en su afan de atraer a cualquier público con tal de aumentar las ventas.
Todo va mal hoy en día, pero si se pierde la esencia de las cosas, se acelera la extinción de “la especie”. Si los escritores pierden los ánimos y los lectores también, qué futuro le espera a la feria, mas que convertirse en una extensión del reality de moda.
Animo tocayo, yo me tomaré un antiestamínico