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De endogamias y muros literarios

Que nadie se engañe. El mundo literario es cerrado, hermético y un tanto oscuro. Un mundo endogámico donde solo son quienes están y, desde luego, no a menudo los que están nunca son.

No es fácil empezar a publicar. Ni seguir haciéndolo. Tampoco es fácil que la prensa especializada -si es que aún queda de eso- te haga caso, ni que te dediquen un minúsculo hueco cuando llega la avalancha mediática -ya saben: personajes célebres que sí ocuparán ese hueco porque, escriban o no, lo tuvieron antes, o personajes pintorescos cuyas historias o circunstancias personales permiten ocupar minutos en radio o en televisión-, ni que te den ciertos premios que, aunque pienses que pueden ser un modo de descubrir nuevos textos, suelen ser -con excepciones, claro- formas de consumar ciertas apuestas editoriales.

Por eso, en cierto momento de mi vida, quise tirar la toalla. Porque estaba cansado de encontrarme con situaciones que no me gustaban y porque, en medio de ese infinitud de puertas cerradas me costaba creer que pudiera encontrar alguna que estuviera, al menos, entreabierta. Y así se lo dije a ella -a mi Marilyn: la mujer que, bajo nuestro guiño enigmático, figura en la dedicatoria de mi última novela, La inmortalidad del cangrejo-, porque a ella nunca le he matizado mis verdades, ni siquiera cuando encierran -como aquella- una rendición. Y ella, que siempre ha sido más valiente que yo, me miró con firmeza y me dijo que si ella no se rendía, yo tampoco tenía derecho a hacerlo. Aquel día habíamos intercambiado sueños y yo, muy en mi papel de consejero, le había pedido que pelease por él. Quizá por ello mi amenaza de fuga sonaba tan ridícula. Y tan inconsecuente. Hicimos aquel pacto -de eso hace ya más de diez años- y quisimos creer que si peleábamos por algo lo acabaríamos consiguiendo.

Aquella historia que no lograba ver la luz -aunque se quedó finalista en dos certámenes de novela, aunque llamó la atención de más de un editor que, al final, se asustó por considerarla demasiado «provocadora»…- seguía en mi cajón, pero yo tenía que cumplir mi pacto, así que continué escribiendo. Hasta que el Nadal -en forma, de nuevo, de finalista: es mi sino- llamó a mi puerta gracias a La edad de la ira, y con él Espasa, y con Espasa, el inicio de unas cuantas publicaciones teatrales y narrativas –Las vidas que inventamos, Cuando fuimos dos, Tour de force, El sexo que sucede, Darwin dice, Saltar sin red, El reino de las Tres Lunas…- que no han dejado de aumentar desde ese instante.

Por eso, cuando en medio de la vorágine de La edad de la ira surgió la opción de que aquella otra historia -de que mi nunca olvidado cangrejo– viera la luz, sentí una emoción difícilmente comparable a la que he experimentado con mis demás libros. Porque la publicación de ese Cangrejo era la prueba de que el pacto sí había servido. De que se podían derribar los muros ajenos si se luchaba con la suficiente fuerza. De que por cerrado que sea todo en este endogámico mundo cultural, hay opciones de hacer oír otras voces.

Y en el camino, además, he encontrado la complicidad de valientes editores -como Tito y Ángeles, mis compañeros conspiradores en Baile del Sol-, de grandes autores -tan inmensos en la escritura como en lo personal: Inma Chacón, Alejandro Palomas, Lorenzo Silva, Luisgé Martín…-, de creadores como los videoartistas de Nuevenovenos -responsables del magnífico tráiler–  y, sobre todo, con la atención y el tiempo de quienes hacen que escribir sí tenga sentido: los lectores. Los que intercambian conmigo sus opiniones en Twitter, o en Facebook, o en e-mails que guardo con auténtico cariño.

Así que, para mí, la llegada a las librerías de este cangrejo -que habla de la necesidad de la lucha, del error de la apatía, de las consecuencias de la abulia- es un momento más que emocionante. Es una prueba de que cuando nos dejamos empujar por la gente que merece la pena, a veces sí conseguimos lo que queremos. Una prueba de que por mucho que se cierren los demás, hay formas de abrirse paso, de encontrar huecos y de seguir luchando.

Y luego, claro, está el mainstream, y el esnobismo, y los suplementos culturales, y todo eso que nos venden como literatura y que, cada vez, tiene más de pose -y de círculo de amigos- y menos de literario, pero esa es otra lucha. Otra batalla. Y otra conspiración.

Cada cosa -y cada trinchera- a su tiempo. Lo importante es no bajar la guardia. Ni abandonar las armas. Eso jamás.

 
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1 Comentario  comments 

Una respuesta

  1. El tejado de zinc

    Supongo que la ha sido dura la lucha del Cangrejo por salir de la arena donde se encontraba enterrado y avanzar por la playa hasta abrirse camino en la mar, donde encontrar su madurez y plenitud.
    Pero esto constituye un ejemplo de lucha y superación, por que el Cangrejo aun con su andar en continuo retroceso salva sus obstáculos y alcanza a la espuma de la ola que le arrastre a su destino, que es el mar.
    La espuma ya envuelve a tu cangrejo, ya la el suave vaivén de las olas le dan la bienvenida al mar.
    Enhorabuena y suerte en la mar.

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