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El hundimiento del Britannic

Recordáis que el Titanic se fue al fondo del mar, matarile, en apenas un par de horas, llevándose por delante la vida de una morterada de peña. ¿A que sí? Pues su buque gemelo, el Britannic, lo hizo unos pocos años después, tal que un día como el de hoy de hace 103 años, en el Canal de Kea, en el Mar Egeo; en poco menos de una hora, 55 minutos, tras chocar con una mina. Ahora, lo mejor: ¿cuántas personas llevaba a bordo? 1.125. ¿Cuántas de ellas se fueron para el otro barrio? Se masca la tragedia, oe, oe… Pues sólo 30. Sí, 30; y porque tuvieron la mala suerte de que los dos botes, dos, en los que trataban de salvarse fueron succionados por la hélice de babor del gigantesco navío. Vamos al lío.

Situemos la escena: 1916, Primera Guerra Mundial. Tiros, bombas, bombas, que canta Chimo Bayo, muertos por doquier. Pues eso, una guerra. Unos años antes de comenzar la primera edición de mataos los unos a los otros como si no hubiera un mañana —la segunda, como la de El Padrino, fue mucho mejor todavía. Dónde va a parar—, tres navíos salieron de los astilleros Harland and Wolf, de Belfast. Igualicos. Tres bestias del mar. El primero lo botaron con el nombre de Titanic, y acabó como acabó a los pocos años; el segundo, el Olimpic, estuvo en servicio hasta 1935, y de los tres fue el único que no terminó en el fondo del mar, matarile. Acabó vendido para el desguace; y el tercero, el que nos ocupa hoy, fue el Britannic.

Ahora, si eran gemelos, ¿cómo es posible que en uno palmara tanta peña y en el segundo tan poca? Porque el hombre, de cuando en cuando, suele hacer caso a eso de no tropezar dos veces con la misma piedra, y cuando en aquellos astilleros se enteraron de lo del Titanic —estando el Britannic por entonces en plena fase de construcción—, le metieron para el casco todo lo que le faltó al otro para evitar que volviera a ocurrir lo mismo. O sea: un doble casco que cubriera el motor y la sala de máquinas, y se duplicó el número de botes salvavidas. Tan sencillo como eso.

El Britannic fue botado en 1914 sin tiempo de decorarlo por dentro como su hermano que en paz descansaba ya en el fondo del Atlántico, y unos meses después estalló la que se llama Gran Guerra —la siguiente fue la más grande, como la Jurado—, por lo que quedó fondeado. Pero, claro, dejar ese barco, tan grande y tan guapo, criando polvo en un puerto… Así que antes de que acabara ese 1914, el Gobierno británico lo requisó para desempeñar las labores de barco hospital. Lo pintaron de blanco, le dibujaron tres cruces rojas a cada lado y una línea verde que iba de proa a popa, y lo pusieron a navegar como al de la canción de Perales.

Su primera misión fue rumbo al Mediterráneo, a recoger soldados heridos, enfermos, etcétera. En esto, cruzando el Canal de Kea, chocó con una mina, y en 55 minutos —tres veces menos tiempo que el Titanic— pasó a decorar el fondo del mar. El resultado, el que os conté antes. Con una curiosidad: entre los supervivientes se encontraba Violet Jessop, una azafata argentina de padres emigrantes irlandeses. ¿Y qué tiene eso de peculiar? Que también había sobrevivido al hundimiento del Titanic. Aún no se sabe si ese año echó algo al Gordo de Navidad, y tampoco si le tocó o no. Pero que le tocó, fijo. Vamos, vamos.

Y es lo que hoy os tenía que contar.

 

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