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El último vuelo del Concorde

Las cosas pequeñas. Los pequeños detalles, ahí está el quid de la cuestión. ¿Cuántas cosas/asuntos/tratados/momentos se han ido al garete por un detalle insignificante, casi desconocido? Uno de ellos acabó tal que hoy hace diecinueve años con la vida de 113 personas; las que palmaron en el vuelo 4590 de Air France más cuatro huéspedes de un hotel. El del Concorde, vamos. Al lío.

Tal día como el de hoy del año 2000, insisto, el Concorde despegó del aeropuerto Roissy Charles de Gaulle de París y 118 segundos después se precipitó al suelo sobre un hotel en Gonesse, a poco más de quince kilómetros de París. ¿El culpable? Un McDonell Douglas DC10 de Continental Airlines que despegó justo antes de hacerlo el Concorde.

Resulta que cuando aquel McDonell Douglas comenzó la maniobra de despegue se le cayó una pieza de uno de sus motores, una tira metálica de 40 centímetros de largo por tres de ancho. Rugosa y retorcida. Y cuando las ruedas del Concorde pisaron la pieza en su despegue a más de trescientos kilómetros por hora —pues eso, el despegue—, una de ellas resultó rajada producto del impacto; y como consecuencia, un trozo de neumático impactó contra uno de los depósitos de combustible del Concorde. Un trozo de 4,5 kilos —que las ruedas de un avión no son las de un Seat Panda, vamos a dejarlo claro—. Eso, a más de trescientos kilómetros por hora, es un proyectil cargado de muerte. Y si impacta contra un depósito de combustible, la tragedia está asegurada.

Lo peor, la impotencia de los pilotos dentro de la cabina viendo cómo en pocos segundos lo que parecía un viaje más se convertía en el último para ellos. El combustible derramado comenzó a arder, el motor impactado se incendió, y el Concorde galopando por una pista que llegaba a su fin.

Lo siguiente es lo que ya se vio en las imágenes que todos recordamos: el Concorde, ya herido de muerte, levantando el vuelo y sin potencia en los motores; más el mal funcionamiento del tren de aterrizaje, dañado por el incendio desatado y que, al no poder subirlo los pilotos, hizo ingobernable el control del Concorde.

Aún intentaron los pilotos realizar un aterrizaje de emergencia volando en línea recta a unos setenta metros del suelo. Pensaron en Le Bourget, un aeropuerto a veinte kilómetros de distancia, pero el Concorde ya no estaba para demasiadas coplas. Hasta se le dio prioridad para regresar a la pista recién abandonada, pero los pilotos no pudieron enderezarlo. Impacto contra un hotel cercano al aeropuerto y fin de la vida de 113 personas. Y también la del Concorde, que ya no volvió a volar nunca más.

Aunque de no haber sido el accidente ya estaba sentenciado. Su elevado consumo, el temor tras el 11-S y el ruido que provocaba el bicho, amén de otros condicionantes, le hubieran retirado de la actividad. Es así.

 

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