Facebook Twitter Gplus RSS
magnify
Home Víctor Fernández Correas Esas gitanas del ramo de hierbabuena
formats

Esas gitanas del ramo de hierbabuena

O rama de olivo, laurel, perejil y cualquier otra planta, flor o especia susceptible de caer en sus manos para leerte la buenaventura por la módica voluntad, la que tú estipules según tu grado de gratitud tras conocer lo que te deparará el destino. Que, a menudo, suele ser bueno, muy bueno; cuanto más lo sea, mejor la recompensa, que al fin y al cabo es lo que interesa. Zarandajas, las justas. Eso, o llamar a un tele tarot de madrugada, que para el caso viene a ser lo mismo.

Me han venido a la memoria estas mujeres –generalmente ataviadas de luto de arriba abajo. Otras, más jóvenes, visten discretamente para no llamar la atención- al acordarme de un grupillo de ellas hará un par de años en las cercanías del Paseo de Coches de El Retiro, donde habitualmente se celebra la Feria del Libro de Madrid de Madrid; situadas estratégicamente en distintos puntos que comprenden desde la entrada de Plaza de Independencia y las cercanías del estanque; prestas y dispuestas –armadas con un buen manojo de ramas- para embelesar al incauto de turno que quiera escuchar su zalamería, esas palabras que le acercarán un poco más a lo que el destino le tenga deparado. A veces para bien, a veces para mal. La tómbola de la vida, que es así.

Hace también un par de años una pareja de ellas, del tipo que me he referido arriba, engatusaron a un amigo que se dirigía a recabar la firma de uno de sus escritores favoritos. Lo cazaron junto al estanque, con una rama de hierbabuena. «Y la buena ventura, que te la voy a decir». Y vaya si se la dijo. Todavía lo recuerda, incrédulo. A saber, que en poco tiempo iba a encontrar pareja –él, lo más solitario que he conocido en la vida-, que se iba a casar con ella y en lo menos que canta un gallo, con un churumbel –churumbela en este caso- a cuestas. Mi colega, escéptico como es él, no hizo demasiado caso en el momento. Dos años después, punto por punto, se cumplió lo que aquellas dos predijeron. A otro, este más para allá que para acá y amante de todo lo que tenga que ver con las ciencias ocultas, también lo prendieron un par de ellas; éste fue a posta, a por ellas, a porta gayola. Ya les digo que le pone el asunto. Tras unos minutos de examen de la palma de su mano derecha le soltaron algunas lindezas –fútiles, de poca importancia- y una mayor: que iba a perder dinero. Con el tiempo advirtió que la buena ventura se había cumplido también de inmediato: los veinte aurelios que soltó a la pareja por tan prosaica revelación. No perdió ni un euro más.

Y aún sostiene que no se equivocaron, no. Ni ellas tampoco. Lo que se llama ir a tiro hecho.

 

Deja un comentario