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Maldito Siglo de Oro

Somos el país que más ha manoseado a Cervantes. No el que más lo ha leído. ¿De verdad lo hemos leído? ¿Todos? Y no, no me refiero a la lectura apresurada y plomiza a la que nos obligaban en los años del BUP, sino a la lectura de una obra que Cervantes escribió como un divertimento -que lo es- donde, tras las risas, se oculta una de las mayores y más dolorosas defensas de la libertad y la identidad de la Literatura Universal.

Y Cervantes -a quien, ahora también, manoseamos hasta en sus mismísimos huesos,si lo son- se rebelaría como lo hizo don Quijote con quienes arrastraban a los galeotes contra su voluntad. Se rebelaría, sí, porque el Quijote es demasiado genial como para ser convertido en la condena a galeras de nuestros alumnos. Una obra que metemos en vena a adolescentes a quienes les faltan códigos lingüísticos, vitales y culturales para entenderles. ¿Acercarles a su lectura? Desde luego. ¿Invitarles? Por supuesto. ¿Pretender que lo hagan con los ajustados tiempos y plazos de un curso escolar? Jamás. Cervantes los querría futuros lectores, no presentes galeotes. Y su obra nació para desfacer entuertos y defender libertades, no para lo contrario.

Pero no solo se rebelaría el autor alcalaíno. También protestaría Lope. Su Arte de hacer comedias reclamaba un teatro que llegase al público. Y el suyo lo hacía. Y lo hace. Sí, lo hace si se tienen los medios y los recursos. Si se educa al público que ha de verlo. Pero el amor por el teatro no se inculca a los 12 leyendo a Lope. Se inculca leyendo el teatro que se hace ahora. Que se hace hoy. Y no solo el que se escribe en español, que también. ¿Por qué la única literatura que se estudia en nuestras aulas es española? Ni siquiera digo en español, porque la grandeza de las letras hispanoamericanas queda restringida a un único tema -ese que, como queda al final del curso y del libro, jamás se da- en 4º de la ESO y 2º Bachillerato. Para qué despertar el amor por el teatro leyendo obras que se hayan escrito en los últimos 20 o 30 años cuando podemos ofrecerles fragmentos de Lope o Calderón que, sin duda, los más pequeños entenderán con suma facilidad.

El actual borrador de la LOMCE que ha preparado la Comunidad de Madrid para la asignatura de Literatura Española dispone que se han de estudiar los rasgos de los géneros literarios en 2º ESO (13 años) a partir de la lectura y el análisis de textos de la Edad Media y del Siglo de Oro. Dejando a un lado la absoluta inadecuación de ese material para esa edad, el sinsentido se completa cuando esos alumnos, a quienes ya habremos aburrido en 2º, habrán de estudiar ¡los mismos textos! en 3º ESO, pues en ese curso se determina que han de adentrarse en los rasgos, autores y obras de -sorpresa- la Edad Media y el Siglo de Oro.

Ni los autores renacentistas ni los barrocos tienen la culpa de ser geniales, así que no se merecen que cultivemos de esta forma el odio hacia su obra. Tampoco tienen la culpa de ser complejos -de ahí su atemporalidad- o de elegir formas lingüísticas tan herméticas como las gongorinas, por ejemplo. No es culpa suya no haber escrito pensando en la sensibilidad de lectores de 13 años. Pero sí es culpa nuestra asegurarnos de que cuando esos lectores sean adultos jamás leerán un texto suyo. Solo los recordarán como los nombre que escuchaban en cierta asignatura donde, entre subrayado y subrayado de sintagmas, de vez en cuando les intensificaban el sopor con una dosis de giros conceptistas o culteranos, según el día.

De momento, lean la LOMCE, la educación literaria en España sigue repitiendo sus errores de siempre. Aferrada a un ombliguismo incomprensible (¿dónde está la Literatura Universal en la ESO?), ajena por completo al siglo XXI (¿aún no se estudia la historia del cine? ¿La narrativa cinematográfica no forma parte de lo que entedemos por cultura?) y obsesionada por ese Siglo de Oro que seguimos manoseando y homenajeando hasta la náusea (y lo que nos queda). Cuando queramos entender el porqué del desapego de este país hacia el libro, la creación o cualquier actividad intelectual quizá no estaría de más pensar que quizá, y solo quizá, tiene algo que ver con todo esto.

 

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