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Correctores y editores

Rara vez aparecen en los créditos de las novelas. O de las obras teatrales. O de los poemarios. En realidad, casi nunca están. Sus aportaciones se vuelven anónimas aunque sean, a menudo, esenciales. Porque los autores sabemos hasta qué punto los editores y correctores complementan y mejoran lo que hacemos con su trabajo. Sugerencias que mejoran la coherencia, la lógica interna y la cohesión de la obra y que, sobre todo, nos permiten ver nuestra escritura desde una perspectiva que el hecho mismo de la creación nos impide. ¿Cómo sería posible lograr la objetividad después de pasar meses en la piel de los protagonistas de esa ficción que, para nosotros, es ya vida? Porque, por mucho que lo intentemos, esos personajes se convierten en realidades mucho más tangibles que la mayoría de la gente que nos rodea. Sabemos tanto de ellos como de nosotros mismos -a veces, más- y sin una mirada atenta y externa nos costaría distinguir las imperfecciones que asoman en sus costuras.

Ahora, mientras afronto el trabajo de revisión y corrección de la que será mi siguiente novela, no puedo dejar de pensar en ello. En el meticuloso análisis que ha hecho de mi texto alguien a quien no conozco y a quien, sin embargo, me gustaría darle las gracias. Porque en la edición hay dos momentos que, aun siendo distintos, poseen idéntica importancia. Ese momento en que el editor, que te conoce, que sabe qué puedes ofrecer y qué miedos te atenazan, te anima a escribir algo que no te habrías atrevido a hacer sin su impulso. Este es el caso de este libro, una historia compleja y ambiciosa que no creo que hubiera afrontado sin los ánimos de quienes sabían que podía crear algo así. Algo que es a la vez tan próximo y tan distinto a cuanto he escrito hasta ahotra.

Y tras ese instante del reto, hay un segundo momento en que otro alguien, cuyo nombre ignoras, se sumerge en tu texto para pulir todo cuanto en él no funciona o se puede mejorar. Ese editor anónimo, ese desconocido corrector, debería figurar en los créditos de la obra, porque con su trabajo ha contribuido a hacerla mucho más sólida de lo que era. Porque ha sabido adentrarse en el estilo de su autor, en su mundo de ficción, ha contribuido con sus ideas, con sus sugerencias y, en ocasiones, con hallazgos que estaban escondidos en el manuscrito pero que, hasta su proceso de edición, no han llegado a salir del todo. Por supuesto, esto supondría asumir que los escritores necesitamos de los demás para hacerlo bien, que no somos autosuficientes, que la creación es un proceso complejo y en el que las aportaciones ajenas nos enriquecen. Sí, eso supondría renunciar a una capa de autosuficiencia y misticismo -con lo que nos gusta sentirnos diferentes…– que nos convertiría en orfebres antes que en engolados semidioses, pues, a fin de cuentas, los autores somos simples artesanos que ofrecen su materia -la ficción- del mejor modo que saben moldearla. A mí, debe de ser porque he sido editor o porque no tengo demasiada fe en las experiencias místicas, me gusta más esa segunda opción, la que concibe la literatura como un oficio y la creación como una técnica llena de error y ensayo.

Hoy, al leer algunas de esas correcciones, he sentido el impulso de detenerme y escribir este texto. Y no me ha llevado a ello mi dominical espíritu procastinador, sino la necesidad de dar las gracias a quien ha llenado mi manuscrito -este y los anteriores- de comentarios que resaltan las virtudes de la historia con el mismo rigor con el que señalan sus puntos débiles. Llevo ya unas cuantas páginas y de cada anotación -positiva o crítica- ha surgido una reflexión que, a su vez, me ha llevado a un nuevo nivel del texto que, aunque intuido en el original, ahora halla su voz definitiva.

Seguro que, mientras escribo esto, hay muchos editores y correctores que están dedicando su domingo a pulir -contrarreloj y no siempre tan bien pagados como deberían- las palabras de otros. A todos y cada uno de ellos, gracias.

 
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4 de respuestas

  1. víctor rodríguez

    Hermoso texto, un reconocimiento generoso. Seguro que el batallón del rotulador rojo lo agradece aunque alguno no pueda dejar de pensar: «procrastinador, Fernando, procrastinador; dominical espíritu procrastinador, no procastinador». Tienen ese tic incorregible. Suerte con la novela

  2. Pienso que el nombre del corrector de estilo, para lo bueno y para lo malo, debería aparecer en los créditos del libro. Ya hay algunas editoriales que reconocen esta labor, sobre todo en el caso de libros con dificultades especiales, y algunos autores nombran a sus correctores en los agradecimientos.
    Por mi parte, es requisito que demando cuando mi labor va a ser ardua y, por lo general, suelo lograr ese reconocimiento en algún lugar del libro. En los últimos tiempos, cuando leo y corrijo novelas a escritores independientes, lo hago con la condición de que se añada en la página de derechos la coletilla «edición al cuidado de». Si se fían de mi criterio y quieren mi colaboración, esta deberá ser pública. Pienso que si todos los correctores hicieran lo mismo, ganaríamos la visibilidad que nuestro trabajo merece.
    Gracias por tu artículo, Fernando.
    Un saludo

  3. fernandojlopez

    Totalmente de acuerdo contigo, Carmen. La labor de los correctores de estilo es esencial y debería figurar en los créditos. Es una exigencia más que justa, pues me consta que el trabajo que hay detrás es ingente.
    Un saludo y gracias a ti por pasarte por este blog,
    Fernando

  4. Buenas:

    Este texto me ha alegrado el día. No es que estuviera triste, no, pero lo que enuncias es algo de lo que últimamente me he quejado y, claro, me ha tocado la fibra. Es cierto que deberíamos demandar esa visibilidad que habitualmente se nos niega, sobre todo en el caso de las traducciones, que suelen ser más complicadas que los textos que podamos corregir de alguien que tenga como materna la lengua de turno (el español en este caso). Es especialmente injusto en según qué casos, como cuando terminas reescribiendo párrafos enteros. Que conste que digo esto como poeta, además de filólogo y corrector de estilo, consciente de las dificultades que entraña traducir según qué cosas y de que ciertos matices pueden perderse no solo en la traducción, sino también en la corrección pertinente. A mí, particularmente, no me importa no aparecer, porque de forma un tanto idealista, aún considero que la obra pertenece a todos, con ciertos matices. Lo que ya no me gusta tanto es que otro reciba ciertos elogios o premios por algo que, en determinados casos, no podría haber logrado sin nuestra participación. Por ello considero que sí, que tenéis razón en cuanto decís, y por eso compartiré este texto, pese a seguir sonándome extraño que un escritor (aunque después se aclare el enigma) no se queje de que alguien «toque» su obra (se entiende que con criterio, que de todo habrá también en el mundo de la corrección).

    Gracias por compartir esto. Que el día te sea propicio. 🙂

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