Hay días que nunca se sabe cuándo ni cómo terminarán. El que ambos contemplaban al pie de la ventana, con la amanecida, parecía estar a punto de concluir. De pie y desnudos, él abrazándola a ella por la espalda, escrutaban un paisaje de olas tranquilas, de mujeres dándose el primer baño de la jornada y
El mundo de Virtudes
Era alta, delgada y tenía buena planta. Y siempre vestía de forma vistosa: faldas vaporosas de vivos colores, camisa a juego y tacones. Altos, de vértigo. Le gustaban. Tanto como pasear al amanecer por el puerto y sentarse a una mesa junto a la ventana. Pedía un café largo, sin azúcar. Nada más. Y contemplaba