Era alta, delgada y tenía buena planta. Y siempre vestía de forma vistosa: faldas vaporosas de vivos colores, camisa a juego y tacones. Altos, de vértigo. Le gustaban. Tanto como pasear al amanecer por el puerto y sentarse a una mesa junto a la ventana. Pedía un café largo, sin azúcar. Nada más. Y contemplaba