Arturo no sabe si Marta lo hace a sabiendas. Lo de la canción que suena a la misma hora todas las mañanas nada más entrar él en el bar. El bar es de Marta, lo regenta desde hace diez años, como poco, y Arturo siempre desayuna allí. Café largo, una tostada con aceite, tomate y
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Los susurros del vaho
Se despertó sólo. Palpó el lado derecho de la cama, aún cálido, y lo notó frío y vacío. Fue cuando abrió los ojos y los clavó en el techo de la habitación. Ella había cumplido su promesa.Suspiró y se llevó las manos a la cara, que se restregó primero con suavidad para luego hacerlo con
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El mundo de Virtudes
Era alta, delgada y tenía buena planta. Y siempre vestía de forma vistosa: faldas vaporosas de vivos colores, camisa a juego y tacones. Altos, de vértigo. Le gustaban. Tanto como pasear al amanecer por el puerto y sentarse a una mesa junto a la ventana. Pedía un café largo, sin azúcar. Nada más. Y contemplaba
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Un café en el puerto
—¿Cómo lo quiere? —Con leche templada Tras tomar nota de la comanda, un camarero de rostro somnoliento manipula la cafetera, que al rato empieza a emitir un ruido infernal que inunda el pequeño bar que regenta. Cuatro mesas, una de ellas ocupada por dos hombres de aspecto rudo que dan buena cuenta de sendos bocadillos,
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Los enamorados
Se dieron el primer beso a los 10. Fue un beso inocente acompañado de risas y carcajadas a su alrededor. Los enamorados, los llamaban.
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El desconocido del mar
Ante sus ojos, el infinito azul. A su espalda, un horizonte negro salpicado de certezas. El infinito azul era el mar por el que navegaba con el afán que encontrar a una persona que dio por desaparecida diez años antes. Sabía -no era una intuición, sino una realidad- que todavía estaba viva y también que
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La librera de la librería de lance
Llovía a cántaros en la calle. Una lluvia de gotas agresivas que golpeaban sin ninguna misericordia. Por eso entró en aquella pequeña librería de lance que olía a libro viejo. Cerró la puerta y se quedó contemplando el paisaje a través de su cristal, por el que el agua trazaba surcos discontinuos. Se fijó en
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La mirilla del miedo
Escrutó el descansillo a través de la mirilla y se sobrecogió. Le habían encontrado. Un rápido escalofrío recorrió su cuerpo. Así de gélida debía de presentarse la muerte, sospechó, antes de llevárselo por delante.
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El aliento del Sacromonte
La Piconera se agarró la falda de volantes y entró en éxtasis. El público que la rodeaba —casi cien personas, que sudaban a chorros arracimadas en un local estrecho y sin ventilación—, que sabía lo que llegaría a continuación, contuvo el aliento.