Hoy en día hay aviones que surcan los cielos que se las pelan trazando rutas de diez y doce mil kilómetros sin escala. Y más de uno y de dos los usamos como si nada. Vale, pero eso hace unos ciento y pico años era poco menos que una quimera. Y es que, desde que el hombre es hombre, siempre ha tenido en la cabeza eso de volar como los pájaros para sentirse libre, libre, como cantan Los Chichos; deseo que en ocasiones acababa —en demasiadas. Basta con repasar las intentonas— malamente para su protagonistas. Hasta que llegaron los hermanos Wright, que tal día como el de hoy de 1903 consiguieron volar durante 12 y 59 segundos, respectivamente, en una máquina más pesada que el aire a la que pusieron el nombre de Wright Flyer I (Aviador). ¿Os gusta la historia? ¡Al lío entonces!
Lo de perderle el miedo a volar lo experimentaron aquellos hermanos en 1896, cuando el ingeniero alemán Otto Lilienthal se pegó un galleta de consideración y, a consecuencia del intento de volar con un planeador de su invención, que cayó al suelo en picado, la palmó a las 36 horas del accidente. Ellos —Wilbur y Orville—, que se dedicaban a la venta de bicicletas, a su arreglo, etcétera.
¿Cómo hacer volar un cacharro? Eso era lo que les hacía devanarse los sesos; cómo conseguir que un aparato más pesado que el aire volara. Asunto complicado, Lo primero, construir un cacharro que pudiera volar, y para ello copiaron el diseño de un biplano creado por dos contemporáneos suyos, Octave Chanute y Augustus Herring.
Luego, conseguir que la cosa volara. El asunto estaba claro: con un buen motor, algo que ya se había probado como algo efectivo. Pero lo que más preocupaba a los hermanos Wright era controlar el aparato en el aire, es decir, que pudieran mantenerse y pilotarlo a su antojo. Modelos, los había, de aquellos contemporáneos suyos con el mismo sueño. Hasta que Wilbur reparó en lo que tenía más a mano: los pájaros. ¿Qué hacen para controlar el vuelo? Variar los extremos de sus alas para bascular sobre su eje longitudinal y así atacar el giro. Y eso fue lo que aplicaron a su aparato: un sistema de control que deformaba los extremos de las alas. Los alerones modernos, para abreviar.
Y lo último, evitar que el cacharro en cuestión cabeceara demasiado, es decir, que no les acabara sucediendo lo que a Lilienthal; lo que solucionaron con un elevador frontal que levantaba el morro.
Tras diversas pruebas de todo tipo para comprobar hasta el último detalle, tal que un día como el de hoy de 1903, los Wright hicieron volar un aparato propulsado por hélices, el ya famoso Wright Flyer I.