Venga, que hoy vengo con el colmillo chorreando sangre. A lo bestia. Que, aunque me encuentre por tierras alemanas y aquí el grajo rasee que da gusto ―no se despega del suelo ni a tiros, el jodío―, hoy es uno de esos días para destacar lo zopencos ―por no soltar un barbarismo de los que se entienden aquí, en Finesterwalde, y en Cuenca― que podemos llega a ser; que fue el día que pasó lo de Bhopal. O sea, tal que hoy hace 35 años. Al lío.
Bhopal es una ciudad india. India. O sea, hambre, miseria, degradación, y unos cuantos viviendo la vida padre. Lo normal en muchos casos, pero en la India eso ya es hors catégorie. Allí, en Bhopal, digo aún se acuerdan de la noche que va del 2 al 3 de diciembre, porque los de la planta química Union Carbide la liaron parda, pero parda pardísima. Resulta que los capullos de sus responsables ―nada de barbarismos, insisto― empezaron a verte productos químicos al suelo desde 1969. Por mis cojones morenazos. Y, claro, aquello se convirtió en la de Dios es Cristo; para seguir ―venga, que hoy el bingo es importante― colmando hasta 1984 un depósito en un solar al norte de la planta. Depósito que, ya en 1982, avisó de que venían curvas y peligrosas. Pérdidas por aquí, pérdidas por allá, chu chu chu chu.
En consecuencia, el subsuelo de la fábrica se convirtió en un caldo que ríanse ustedes de algunas piscinas en verano, coctel que se esparció por pozos y balsas acuíferas de la zona. De las que bebía la peña, para abreviar. Hasta que llegó la famosa noche.
Que es lo que tenía que pasar, de esas cosas que se sabe que van a ocurrir cuando se masca la tragedia, oe, oe. Una fuga de isocianato, una cosa chunga, pero chunga, producto de la falta de mantenimiento en la fábrica ―los recortes. Ahí están sus consecuencias― se convirtió en una nube letal. En pocas horas, cerca de 25.000 personas se quitaron de fumar y de todo de golpe. Hubo de todo: gente que la palmó por culpa de hemorragias internas, por ahogos, en medio de convulsiones que ni viendo el Debate de la Nación. El aire quemaba la piel, los ojos, los pulmones. Los médicos no supieron cómo tratar a los heridos que, por miles, les llegaron esa noche a los hospitales, afectados por algo que no se podía oler, ni muchos menos tocar.
Miles de cuerpos amontonados en el suelo dieron la bienvenida al día. Eso sí, que conste que para la Union Carbide, la cosa no fue para tanto. Según sus estimaciones, SÓLO ―lo resalto― la palmaron 4.000 personas. Ole con ole.
Y para acabar, lo más chachi del asunto: en 2010 ―lo referido ocurrió en 2010, insisto―, un tribunal indio condenó a 8 directivos a una condena de 2 años de prisión ―sí, tomad aire y respirad con calma―, más una pequeña multa para la empresa. Que no lo volváis a hacer y todo eso.
De todas formas, si tenéis tiempo, os recomiendo que os leáis Era medianoche de Bhopal, de Dominique Lapierre, que cuenta lo que allí ocurrió esa noche, y mucho mejor que yo. Hacedme caso.