“Pues no es tan fiero el león como lo pintan”. Esta frase la dijo mi colega Carlos tal que un 25 de noviembre de 1556, que fue el día que pudo visitar por primera vez las obras del palacete junto al Monasterio de Yuste, donde tenía decidido encerrarse y que les dieran morcilla a todos. Eso, en la teoría, porque en la práctica desde allí quiso saber de todo y de todos, y aún se lo llevarían los demonios mil y una veces por querer meter el dedo en el plato y no poder hacerlo en lo que al patio —interior y exterior— se refiere. Lo que en mi tierra —comarca de La Vera, Extremadura— se llama estar al plato y a las tajás. Ahora, ¿por qué pronunció aquella frase? Vamos con ello.
Mira que tenía posesiones para elegir e incluso monasterios molones en España —el de Guadalupe. Famosísimo ya en su época, o el de Poblet, en Cataluña. Por poner ejemplos—, y fue a escoger —razones, muchas. Nos podríamos tirar horas sobre el particular— uno perdido en un rincón de Extremadura llamado Yuste; más o menos cerca de vías rápidas de comunicación —siglo XVI, repito. Y no suelto lo del tren por no liarla más— con los epicentros del poder del reino y del imperio, en especial con Valladolid.
Pero ¿qué pasa? Que cuando decidió mandar todo a paseo, las obras de su palacio aún no estaban terminadas, por lo que determinó pasar una temporada en el castillo del Conde de Oropesa —actual Parador Nacional de turismo de Jarandilla de La Vera—, hasta que concluyeran; donde en aquel mes de noviembre de 1556 y las semanas siguientes llovió como si no hubiera un mañana. Y una rasca…. Y una niebla… Con razón se quejaba Luis Méndez de Quijada, mayordomo de su majestad, a su secretario en Valladolid, Juan Vázquez de Molina, al que rajó de Jarandilla todo lo que quiso y más por carta: que si allí llovía más en una hora que en aquella misma ciudad, que si la niebla era tan densa que no se veía a un pavo a dos pasos de distancia. No, a ojos de Luis Méndez de Quijada, Jarandilla de la Vera en particular y la comarca de La Vera en general no eran las Bahamas; y más cuando un lugareño le dijo que vale, pero que en Yuste aún el patio era peor. El acabose.
Y, claro, todo eso acabó llegando —como todo. Siempre llega— a los oídos de mi colega Carlos, y mira que unos y otros se cuidaban de que así no fuera por no encabronarlo con el asunto. Así que, para quedarse tranquilo, y también de paso los demás, quiso viajar hasta el Monasterio de Yuste para conocer el estado de las obras en primera persona; lo que no pudo hacer hasta el día de hoy, 25 de noviembre, de la que caía todos los días. Y no es que ese día hiciera un tiempo como para ir en chanclas y tal, pero al menos la lluvia, menos intensa que en jornadas anteriores, le permitió quedarse tranquilo.
Porque sí, lo que vio le encantó. El sitio, las vistas, las obras… Hasta el tiempo. De ahí aquello de “no es tan fiero el león como lo pintan” que soltó una vez allí. Él, porque Méndez de Quijada… Pestes del sitio, del tiempo, las que queráis. Echad un vistazo, si os apetece, a la relación epistolar que mantuvieron al respecto el ya referido y Vázquez de Molina, y que recogió de manera tan diligente Louis-Prosper Gachard. Ni en cualquiera de los programas de Telecinco vuelan así los cuchillos.
Y es lo que os tenía que contar hoy.